Los policías saben que usted es un posible infractor. Y lo siguen a la distancia. En cualquier momento caerá.

Están a la caza de que se vuele un semáforo o hable por celular mientras conduce. Si no ocurre nada, igual lo detendrán. “Papeles”, pedirán. Y ahí se dedicarán a explorar otras posibilidades como: revisión técnico mecánica, Soat vencido, licencia de conducción no portada…

Va a depender, también, de la fecha y hora. A las 2 de la madrugada de un sábado, por ejemplo, el blanco son los borrachos. Entonces se vuelven como sabuesos, observando detenidamente la expresión de los ojos del conductor o irritando respuestas que develen algún tufo.

El final de la obra se puede anticipar, pero antes, importa el desarrollo de la trama.

El policía que detecta alguna inconsistencia, lleva los papeles a su superior. La víctima pasa al paredón.

La primera pregunta de esa especie de antagonista, resulta clave: ¿Usted a qué se dedica?

Con la respuesta sabrán si la víctima representa algún riesgo para el negocio en ciernes o si, por el contrario, es presa fácil de la manipulación.

En el siguiente acto, le cantan la tabla. Hermano -aparece el cariño- esta infracción le puede costar $877.000. (Menos mal, porque si hubiese sido por alcohol le habrían hablado de una multa entre 2.6 y 21 millones de pesos).

Le mostrarán el código. En su nerviosismo, usted ni lo verá.

Alegará que no conocía la norma, y aparecerá un actor de reparto, otro policía, con un único parlamento en la obra: “el desconocimiento de la ley no es óbice para obedecerla”.

Ahí es cuando el guión dice que el agente que lo sorprendió cambiará su rol.

Ombe, dice, dirigiéndose a su superior, ayudemos al joven.

El malo de la novela hace la otra pregunta esencial al pálido conductor: ¿qué propone?

Usted no sabe si ofrecerle dinero o no. Se acuerda de las películas de policías honestos y cree que si ofrece alguna dádiva terminará en la cárcel por irrespeto a la autoridad. Confiesa su temor. Pero el siguiente diálogo, alivia.

Tranquilo: uno por evitar que se le lleven el carro y se lo deshuesen en los patios, hace lo que sea.

Después del comercial, lo que viene es el monto. Y va a depender de su habilidad para hacerse el tonto. Recuerde que en cualquier caso ellos son más diestros que usted en el arte del despojo, así es que lo más probable es que termine esquilmado.

El consuelo es que pronto esos policías dejarán de patrullar la movilidad y se irán a hacer su verdadero oficio, que es proteger la vida y honra en una ciudad que, según Barranquilla cómo vamos, es la tercera con mayor percepción de inseguridad en Colombia.

Habría que esperar que allá no monten otras telenovelas y que quienes asuman las funciones de tránsito acá, no funjan como las nuevas estrellas de otro culebrón.

Post scriptum: ¿Por qué las reinas del Carnaval que ya no son, quieren hacer con la reina que es lo que ellas nunca fueron?

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@AlbertoMtinezM