En la Universidad del Atlántico lo que hay es una lucha de poderes.
Saben que quien se haga a la Rectoría manejará una nómina de 2.918 trabajadores y la contratación de 560 Órdenes de Prestación de Servicios.
En las estadísticas de la ambición también están los 3.300 cupos que se pelean cada semestre alrededor de 30.000 jóvenes del departamento.
Todo, según cuentas a mano alzada, engloba un presupuesto nada despreciable de 400 mil millones de pesos cada año.
A esas razones se debe que ninguna fuerza quiera ceder.
Por ahí están los profesores que toda la vida han querido ser rectores, irreductibles en lo que creen es el gran chance de su vanidad, deslegitimando como “seudoacadémicos” a los educadores que opinan diferente.
Muy cerca marchan los alumnos revoltosos de siempre, a los que no les importa estudiar -nunca les ha importado- sino mantener el caos social desde su violencia encapuchada.
A la vuelta se esconden las bandas de expendedores de marihuana, bazuco y drogas sintéticas, que hacen del bloque F un vergonzoso Bronx a plena luz el día.
Los que también rondan son los políticos. Con tantos cupos y plazas de trabajo, la universidad es un fortín que no les pueden arrebatar.
La gobernadora Elsa Noguera, según su oficina de comunicaciones, ha intentado seis veces lograr un acuerdo. Todos fallidos.
Aunque muchos esperan, inclusive los mismos tomistas, que ingrese la fuerza pública para liberar a la universidad de los revoltosos, Noguera insiste en la mesa de diálogo que instaló el 21 de enero y que algunas veces l ha levantado por la intransigencia de los negociadores.
En verdad la actitud escapa a cualquier juicio.
Los tomistas querían que saliera, Prasca, y Prasca salió el año pasado; pidieron cambio de los vigilantes, y así se hará en marzo cuando se reactive la contratación; y reclamaron que les dejaran reformar los estatutos a su antojo, pero esa potestad, si bien la normativa está desfasada en todos los sentidos, no le corresponde a los estudiantes o a los profesores en trance de rectoría, sino a toda la comunidad.
Mientras el forcejeo transcurre, 25.000 estudiantes que solo quieren continuar con su legítimo proyecto de vida profesional, se refugian en la espera. Hay demasiados intereses y agresiones subrepticias como para alzar la voz, así algunos de ellos osaran tomarse la Catedral para reclamar -quien lo creyera- que les permitan volver a clases.
No hay derecho para que ese sueño colectivo, que seguramente va a contribuir a una mejor sociedad, termine truncado por los afanes mezquinos de quienes solo están animados por la individualidad.
El problema es la incertidumbre del futuro inmediato. Porque el diálogo nunca prospera en las mesas donde prima la insensatez y la anarquía deliberadas, y lo más importante termina siendo lo que menos importa.
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@AlbertoMtinezM