Tomen el cuerpo de los tambores y dejen que las manos irriten sus latidos de corazón.

Agreguen pizcas dulces de instrumentos de vientos y vayan aumentando las emociones.

No importa si las letras son incomprensibles: el ritmo es lo que importa.

Más adelante, cuando haya la debida apropiación, vendrá el verbo local y hará de las piezas musicales auténticos cantos de barrios con alegrías, vivencias y preocupaciones.

Sean conscientes de que los sonidos se avivarán con rituales palenqueros.

Serán criollos o acaso urbanos. Sammy diría, con razón, que también afrocriollos o criourbanos.

Hablarán de ustedes y de sus movimientos.

Vulgares, dirán algunos. Provocadores del mal, argumentarán otros.

No faltarán los que le atribuyan rituales demoníacos, y uno que otro funcionario incompetente que prohíba las verbenas con el argumento falaz de que provocan violencia.

Dejen que suene duro, muy duro, porque las manifestaciones sociales tienen que retumbar.

Alojen las melodías en un picó de cuatro parlantes de 15 pulgadas y que tiemblen las paredes.

Bailen solos o amacizados. Si es en pareja, doblen el cuerpo que tienen enfrente, acuñen su vientre con suavidad y mésanlo de un lado a otro como lo harían en una hamaca; si deciden ir solos, esperen el “espeluque” de la canción y permitan que pies, piernas y cintura cumplan las órdenes del ritmo: abran y cierren las rodillas, marchen, giren sobre los talones y den saltos acompasados hacia adelante.

Contagien a todos. Hagan que esos truenos venidos del norte y centro de África, se tomen las festividades de los huesos.

Luego búsquenla a ella, diosa y diva, para que haga arte con esta practica de inclusión de los negros de todo el planeta, como declaró en diciembre la ONU.

Notarán que es sensible a nuestra cultura, porque también es la suya. Sabe del mapalé, que se rinde como nada a sus caderas, y palpita con los desordenes deslenguados de los sones de Negro del canal del Dique.

Que El Sebastián sea hoy el que convoque y llene la tarima de sudores.

Arrodillen ahora a 100 millones de espectadores que siguen el publicitado Super Bowl y escuchen preguntar a niños y niñas de todo el mundo occidental, cómo se baila esa cosa que se llama Champeta.

Díganles, para empezar, que es una voz ancestral que levantó a los esclavos y contagió a sus descendientes con la magia real de los príncipes del Congo y Angola.

Que pudimos aceptar de España la religión y la palabra. Ahí están, de hecho, las casonas de Cartagena y Popayán con las huellas indelebles de su paso arrollador. Inclusive, los sistemas políticos que gobiernan desde Bogotá y hasta los antivalores que, según la página web U.S. News, nos hacen el país más corrupto.

Pero la Patria primera, la que se dice Madre Patria, es realmente la que tiene amores como el índico y el Atlántico. Si no pregúntenle a Shakira, que es hoy su más grande descendiente.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com

@AlbertoMtinezM