El fantasma de la huelga de nuevo se posa sobre Cerrejón.

Aunque la negociación continúa legalmente, esta semana empezarán las votaciones de los trabajadores para decidir un eventual paro.

Ese es, como lo dice la tradición, un mecanismo de la clase obrera para presionar la atención de sus peticiones, si media, como en este caso, un pliego de peticiones.

Nadie niega las razones de los empleados para aspirar a mejoras salariales y prestacionales.

Sin embargo, un sindicalismo moderno también debe mirar el contexto.

La empresa dijo haber exportado el año pasado 4.2 millones menos de toneladas de carbón, como consecuencia de la restricción de los compradores de Estados Unidos y Europa. Adicionalmente acusó una caída drástica en el precio, que pasó de 86 dólares por tonelada a 39.97 dólares/tonelada en marzo de este año.

Si tenemos en cuenta que no ha podido extraer carbón en zonas rentables por los fallos judiciales alrededor del tajo La Puente, Cerrejón maneja una ecuación de alta complejidad: produce un carbón con alto costo, que vende menos porque algunos mercados están cerrando y a un precio que ya va por la mitad del esperado.

Una convención onerosa, en consecuencia, pondría en riesgo la sostenibilidad de la compañía y, más que eso, de los ingresos que percibe el país y particularmente el departamento de La Guajira.

No se trata de renunciar a la nueva convención. La empresa, de hecho, debe hacer una oferta justa que garantice el derecho legítimo de los trabajadores a una mayor prosperidad. En nuestro sistema económico, los amantes del modelo redistributivo lo verían, inclusive, como una posibilidad de repartir mejor la riqueza.

Pero las pretensiones obreras no pueden ahogar a la empresa, hasta volver dramáticas unas condiciones financieras que hoy son extremas.

En el último año la empresa ha tenido que tomar crudas decisiones de austeridad, como reducir gastos y despedir contratistas y funcionarios de mediano y alto rango, para no afectar su competitividad.

Ahí es cuando uno echa de menos un sindicalismo abierto y sin dogmas, que trascienda las propias circunstancias del interés directo que representa.

Ese sindicalismo tiene que consultar hoy la realidad presente y, mejor aún, las futuras (el crudo panorama de precios del carbón, por ejemplo, se mantendrá en la próxima década según los pronósticos de las evaluadoras internacionales).

De hacerlo, pondría en la balanza el largo plazo por encima del cortoplacismo de unas aspiraciones que se pueden agotar, inclusive, con el riesgo de la empresa.

Para un sindicato que piense de esa manera, debe ser más importante la transformación de la sociedad que la apuesta por fortunas personales. Y sus miembros deben ser más solidarios con la causa que con el afán de sus líderes.

Necesitamos, en fin, que los sindicatos que existen en Colombia sean propositivos, conscientes y responsables. Los de cerrejón podrían dar el ejemplo.

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@AlbertoMtinezM