Ustedes creen que es fácil.

Por eso despliegan toda clase de diatribas contra sus profesores.

A unos, no los bajan de aburridos; de otros se burlan por la torpeza tecnológica, las pitañas de los ojos y hasta las arrugas de la camisa.

Pero nosotros no somos los únicos desubicados.

Esto fue sobreviniente para todos. ¡Inclúyanse!

Les llamábamos de muchas formas: Generación Z, posmilénicos, centúricos, centenials o App. Como han utilizado internet desde sus primeros balbuceos y se sienten cómodos (cuando no dependientes) de la tecnología y los medios sociales, asumíamos que sería una transición sencilla.

Entonces nos preparamos sobre la marcha. Las universidades y colegios donde trabajamos, contrataron las plataformas que darían soporte. Las que pudieron, capacitaron a sus docentes. Pero en general, cada uno se alistó como pudo.

Lo primero era cambiar nuestros propios paradigmas: sentarnos frente a una pantalla de computador y no ver a nuestros interlocutores, era como hablar a la pared.

¿Cómo sabríamos que prestaban atención? ¿De qué manera garantizaríamos la transparencia en las evaluaciones? La palabra clave era confianza. Si los alumnos la defraudaban, con grupos paralelos para copiarse en los exámenes o simulando estar en la clase cuando seguían acostados o jugando Play Station, era su problema.

Teníamos que entender que el conocimiento se construye y no solo se imparte, lo que hoy le atribuye al estudiante un rol de responsabilidad que por décadas le negamos.

¿Y los lenguajes? ¿Y los tiempos? ¿Y las lecturas? ¿Y las actividades?

Fueron noches enteras de preparación y, por qué no decirlo, de improvisación.

No queríamos que se aburrieran ni tensionaran. Había que entretenerlos e interesarlos al mismo tiempo. Acortamos los tiempos, hicimos videos, volvimos a las manualidades, nos convertimos en payasos.

Nos animaba el compromiso con la cátedra y la calidad de la educación. Si bien cambiaban las formas, la esencia de lo que hacíamos, que era formar a una generación de ciudadanos o de profesionales, se mantenía incólume.

¿Y los estudiantes?

Más temprano que tarde, nos dimos cuenta de que nuestras expectativas eran exageradas.

Evidentemente tenían mucha experticia en enviar y recibir información o, si se quiere, en sostener conversaciones; pero no en navegar.

El proceso enseñanza-aprendizaje precisaba que buscaran, sopesaran, contrastaran. Necesitábamos que valoraran las fuentes y que descartaran todo aquello que fuese inútil.

A nuestros aprendizajes sobre un mundo desconocido tuvimos que agregar -vaya, pues- el entrenamiento sobre el mundo que ellos decían conocer.

Y en esas seguimos. Es posible que estemos todavía tratando de entender las web conferencing y que, en ese trance, vayamos en el nivel: grabar reunión. Pero tenemos muy claro qué es y qué hace un maestro. Sería interesante que revisaran lo que debe ser y hacer un buen estudiante.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com

@AlbertoMtinezM