El psiquiatra los notaba más ansioso que de costumbre.

Le preguntó si estaba tomando los medicamentos, y respondió que sí.

Le pidió que le indicara la hora de acostarse, y le dijo la acordada.

Al indagar por algún hábito nuevo, el paciente le reveló que había aumentado un poquito el tiempo de navegación en redes sociales.

  • ¿Cuánto?, preguntó.
  • Tres horas

Conociéndolo, como creía conocerlo, el médico aumentó por dos la confesión.

Lo que vino a continuación fue una seguidilla de preguntas que buscaba averiguar a quiénes había seguido, qué mensajes lo convocaron y cuáles fueron sus respuestas, mientras el muchacho hacía movimientos constantes de cuello como si estuviera reaccionando a un piquiña.

Al final, aventuró para sí una conclusión que andaba merodeando por su cabeza en esos días:

Las redes -se dijo- son escenarios por donde transita la emotividad y no la razón. Una privilegia el mundo perfecto (Instagram) y la otra el peor de los mundos (Twitter).

Por la primera circula la vanidad y la magnificencia; por la segunda, la crítica obstinada y el odio. Instagram nos enseña a desear lo que no somos; Twitter, a detestar lo que somos.

El problema está en el uso.

El psiquiatra descubrió, por ejemplo, que su paciente era obsesivo con cierto tipo de respuestas. Durante la última semana cazó, o al menos no rehusó, seis peleas diferentes. Y entre más le decían, más escribía. Destilaba rencor, ira, desprecio. De una de sus críticas averiguó a quién seguía, de qué hablaba, a quien retuiteaba, en qué fotos aparecía.

Fue tal su reacción, que tres de los contricantes lo bloquearon. Fue peor. Por eso, de hecho, estaba esa mañana en consulta.

No era solo su caso.

El psiquiatra sabía que las redes están ocasionando crisis psíquicas o ensanchando los problemas de salud mental en el mundo.

A la mano, de hecho, tenía un estudio que realizó la Royal Society of Public Health de Reino Unido, con 1.500 jóvenes de 11 a 25 años, según el cual, Snapchat e Instagram inspiran entre sus usuarios sentimientos de ansiedad y de ser inadecuados. Y uno más de expertos de la Universidad de Pensilvania, que analizaron 148 millones de 'tuits' de 1347 usuarios en Estados Unidos antes de descubrir que el lenguaje negativo tiene una relación directa con los males cardíacos.

Pero no hay que ser tan expertos para descubrirlo, me dijo, cuando me contó cómo están aumentando las citas en su consultorio virtual.

Si te fijas en Twitter, un comentario negativo se reproduce entre 300 y 375 veces. En cambio, uno positivo, no llega a 70.

Y si ahora vas a Instagram descubrirás por el tono de los mensajes, que la mayoría de los que no paran de publicar su vida personal, andan buscando la felicidad que dicen tener.

Quien se arriesga a navegar en la una, insistió, termina odiando o ser odiado. Y los que andan por la otra, tienen algún problema de autoestima.

El hombre, sinceramente, me dejó preocupado.

albertomartinezmonterrosa@gmail.com @AlbertoMtinezM