El mundo no volverá a ser igual. Tampoco el país. Lo había dicho el escritor israelí Yuval Noah Harari y ayer lo repitió el presidente saliente del Senado Lidio García Turbay.

Aunque todavía no nos hemos percatado, ya vienen en camino.

En ese nuevo mundo desaparecerá el Estado Global que hasta antes de la pandemia era la institución más respetable. En su reemplazo volverá la célula más proxima: la ciudad, donde transcurre de verdad la vida.

Eso implica que la nación desarrolle una política de descentralización, cierta y contundente. García fue audaz y propuso volver al debate sobre la conversión de Colombia en un Estado federal.

Lo cierto es que seguimos asistiendo a procesos inconcebibles. ¿Por qué seguimos recaudando los impuestos y girándolos al fisco nacional, para que luego este los redistribuya a su antojo a las entidades territoriales? ¿Es razonable que contemos los contagiados de COVID-19 a partir del reporte atrasado del Instituto Nacional de Salud, si cuando la información llega ya esos ciudadanos están recuperados?

Ese Estado, pequeño y discreto en razón de las políticas neoliberales, deberá crecer a la medida de las necesidades de los ciudadanos, que por supuesto quedaron en evidencia durante la emergencia.

Y paradigmas que un día rodaron, como subsidios, ayudas alimentarias, pagos solidarios, volverán. La extrema libertad económica, ya no parece panacea.

Las lógicas del trabajo también irán a pique. Y no solo por el teletrabajo y la interacción virtual sino porque el emprendimiento se tomará los mercados con marcas y patentes.

Lo que auguran el escritor y el político, es que los ciudadanos mirarán de nuevo al campo, donde se producirán artículos más frescos y más orgánicos, “sin intermediarios que encarezcan la cadena y le quiten lozanía a los productos”.

Las compras, en adelante, se harán directamente en las fincas o mercados comunitarios o en las tiendas de barrio, porque lo más probable es que las grandes plataformas comerciales solo tengan vigencia para los ojos.

Y habrá que invertir más en ciencia y tecnología. Harari sostiene que en los países en desarrollo los científicos no respondieron a la emergencia, porque estaban concentrados en otros menesteres de investigación o no contaban con los recursos suficientes para atender la emergencia. García lo corroboró al hacer otra propuesta intrépida: elevar la inversión pública del 0.5% del Producto Interno Bruto al 2%.

El otro cambio será el de la educación. Las carreras generales y de largos plazos, se recogerán en programas de 2 o tres años, con enfoques que son apenas pequeños énfasis en los planes de estudio.