Siguió el debate. Y, ayer, por cuenta del Congreso.

En una audiencia pública a la que fui invitado, encontré un debate desfasado: el periodismo es oficio en cuanto a las aptitudes vocacionales que lo inspiran, pero es también profesión porque la realidad que cubren demanda aproximaciones conceptuales y de contexto que lo convierten en campo de estudio trascendente.

Antes de la Constitución de 1991, lo reglamentaba la ley 51 de 1975. Aunque parecería el mandato de un Estado premoderno, esa ley declaraba al periodismo como una profesión y proclamaba una amnistía para quienes probaran que antes de la expedición de la ley ejercían plenamente la actividad periodística.

La interpretación que hizo la Corte Constitucional en 1998 al artículo 20 de la nueva Carta, cambió todo el ordenamiento jurídico, al determinar que no se podía exigir ni credencial ni título a quienes ejercieran tal actividad.

Pero durante todos estos años, la sociedad colombiana ha hecho un esfuerzo monumental por darle un sentido profesional a la actividad. Hoy tenemos casi 200 escuelas de Comunicación social y Periodismo, y medio centenar de postgrados que especializan o dan maestría. Hay programas presenciales y a distancia, desde universidades públicas y privadas, que ofrecen formación profesional, pero también técnica y tecnológica.

Y, sin embargo, seguimos pensando en extender una nueva amnistía, ahora de 15 años, porque no obstante la presencia proactiva de la academia, a la profesión siguen llegando periodistas desde otros saberes o de ninguno. Si vamos a seguir procediendo así, la pregunta es: ¿hasta cuándo?

¿Qué tenemos hoy?

Primero, un acceso excluyente a la información. En ausencia de la tarjeta profesional, los que acreditan son los medios de comunicación, y es claro que las fuentes reconocen a unos medios más que a otros. Aquí no hay opción para los medios periféricos sino para los que están en el centro del poder.

En segundo término, una puerta grande por la que se siguen colando futbolistas, economistas, abogados, curas, bachilleres, quienes encontraron en los canales un escampadero para sus nostalgias atléticas, sus vacíos de poder, sus pretensiones profesionales o su mera subsistencia.

Y mientras ellos agregan a sus billeteras varios ceros de más, en la calle, en el fragor del día, y con unos ceros de menos, un ejército completo de periodistas de profesión se intenta abrir paso en medio de las presiones de las fuentes, de las angustias de la sala de redacción, de las demandas tecnológicas y de los avatares personales, para cubrir la realidad y entregársela a la ciudadanía.

La preocupación, entonces, se asientan en un taburete de iniquidad.

Si vamos a legislar sobre el periodismo, cerremos ya el paso a los teguas y reconozcamos a los de verdad, con mejores condiciones laborales y prestacionales para su trabajo.

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@AlbertoMtinezM