Es un lugar común en la teoría política el estudio de las élites. Son muchos los autores que han estudiado qué son, cómo funcionan y de qué modo hacen que el modelo político de un país funcione de una u otra forma. Se puede citar a autores que, como Pareto, consideran que el poder siempre está en manos de una élite y que en lo que consiste la política es en la circulación de las élites, que se produce cuando una cae, la substituye otra y así sucesivamente. Muy interesantes son los que, como Meisel, nos dicen que las élites se caracterizan por lo que en español serían las tres ces: conocimiento, coherencia y conspiración; o sea, que las élites saben que lo son, actúan en consecuencia y conspiran permanentemente. Recientes y populares son los estudios de Acemoglu y Robinson que hablan de las élites extractivas, aquellas que funcionan como una plaga de langosta que extrae los recursos y riqueza del país, se atornillan en las instituciones públicas como parásitos y no aportan nada al país, más que retraso y pobreza al frenar cualquier progreso que pueda poner en peligro su posición de poder.
Permítanme que me centre en dos autores: Schumpeter y Sartori. El primero dice que, lejos de lo que se suele creer, la democracia no es el gobierno del pueblo, sino la lucha competitiva de diversas élites por hacerse con el respaldo del pueblo para que una de ellas gobierne en representación de dicho pueblo. O sea, que para que una democracia funcione debe haber varias élites en competencia. No basta con que el pueblo vote si solo hay una, porque, si solo hay una y no hay competencia, la única élite no tendrá motivación alguna para hacer nada en beneficio de un pueblo que inevitablemente deberá reelegirla en el poder. El segundo indica que la democracia es una poliarquía (concepto que también se encuentra en Dahl y que implica que el poder no debe estar concentrado, sino distribuido en varios centros) en la que se selecciona una élite para gobernar en representación de los ciudadanos. Vistos en conjunto estos dos autores nos dejan un mensaje claro: si quieres una verdadera democracia necesitas varias élites, varios centros de poder y una competición limpia por el respaldo ciudadano.
¿Hay en Barranquilla hoy en día varias élites? ¿Hay en el Atlántico varios centros de poder (reales, independientes)? ¿Hay en Colombia una competición limpia por el respaldo ciudadano? Si la respuesta a las tres preguntas ha sido sí, entonces maravilloso. Pero si ha sido no..., entonces tenemos serios problemas y aún queda mucho trabajo por hacer para tener algo digno de ser llamado democracia. Ah, y por cierto, cuando los autores citados hablan de élites, no asocian necesariamente élite con posesión de dinero. Una élite puede serlo por factores económicos, pero también por políticos, ideológicos, intelectuales, etc. Dice muchos de la calidad democrática de una sociedad cuál sea el motivo que hizo tales a sus élites.
@alfnardiz