Estoy aprovechando estos últimos meses para leer y releer todo lo que del gran jurista Hans Kelsen cae en mis ávidas manos. Una de sus ideas más famosas es el concepto de norma fundamental, que sería algo así como el origen de todo, el sustento último de un ordenamiento jurídico, más una hipótesis que nada real (no hay que confundirla con la Constitución, como frecuentemente se hace), una adaptación (aquí doy un poco mi opinión) del númeno kantiano al maravilloso y excitante mundo de la teoría jurídica. O sea, y por resumir, la primigenia fuente de toda norma y, con ello, de todo poder en una sociedad mínimamente civilizada y juridificada.
Ah, pero eso será en la Austria de entreguerras de Kelsen. O en su retiro californiano de madurez. O en las cabezas de tantos sesudos doctores como en este país hay. Pero no en la Costa. ¿No? Pues no. En la Costa la primigenia fuente de todo poder son los acuarios. ¿Cómo dice, joven? Lo que oye, señora. Los acuarios. Pero no esos acuarios que usted puede tener en su casa y que habitan pececitos de colores y alguna estrellita de mar. Nada de eso. Yo hablo de los acuarios buenos de verdad. Los que disponen de fauna mayor. Tiburones habitualmente. Y, últimamente, delfines. Se podría decir que la Costa se ha convertido de un tiempo a esta parte en un delfinario político en el que los simpáticos mamíferos acuáticos en lugar de dar saltos, jugar con pelotas de colores y comer pescados al vuelo, se dedican a presentarse a las elecciones.
Lo de los delfines, por surrealista que pueda parecer, viene de Francia. Eran los Borbones los que al heredero de la Corona le daban el nombre de Delfín. Con lo que en la Costa hemos de sentirnos orgullosos, pues recuperamos una hermosa tradición europea. ¡Quién podía sospechar que de un modo tan inesperado los Borbones volvieran a Colombia! Pero así son las cosas. En otras latitudes la fuente última del Derecho es la norma fundamental. De ahí la Constitución. Después la ley. El reglamento. Etc. En estas el poder procede de las profundidades marinas. O, si no el poder, sí al menos el intento de tenerlo. La nuestra es, por tanto, una democracia admirable, pues no sólo es terrestre, sino también acuática.
No es esta, sin embargo, una costumbre tan anómala. Quizá lo de los delfines en concreto, sí. Pero lo de que el poder no resida donde aparenta, sino en otros lugares tal vez no relacionados con el animalario, pero si ajenos a cualquier cosa que parezca siquiera de lejos una norma fundamental, es algo muy recurrente y de lo que seguro no les costaría a ustedes encontrar ejemplos. Muchos en el pasado y algunos, y notorios, en lo que parece que será el futuro inmediato. Pues, sin ánimo de enmendarle la plana a Kelsen, pero, para qué queremos una norma fundamental meramente hipotética, cuando puede ser un dedo. El dedo todopoderoso del patrón que se posa en un delfín o en cualquier otro ser vivo. ¡Eso sí que es una norma fundamental bacana!
@alfnardiz