La mayoría de las personas es idiota. Es un hecho. Tratamos de negar esta evidencia, pero sabemos que, si nos resistimos a ella, no es por otro motivo que por miedo a ser nosotros uno de los idiotas. La idiotez abunda. Cipolla decía que era una constante en toda sociedad y momento histórico. Yo creo que el italiano era un optimista. Idiotez y fealdad son la norma. Si no lo fueran, no valoraríamos tanto la inteligencia y la belleza. Se valora lo escaso. Siendo la idiotez un rasgo tan extendido, surge, especialmente de cara a la convocatoria electoral de octubre, una desasosegante pregunta: ¿Es la mayoría de los votantes idiota? Y, de ser así: ¿Es sostenible un modelo político como la democracia que entrega el poder a una multitud idiota?
Cuando uno es joven y romántico tiende a pensar que la democracia es un desastre por ser el denunciado gobierno de los idiotas, sin embargo, conforme pasan los años y con suerte deja de ser (tan) idiota él mismo, finalmente se da cuenta de que da igual. Da igual que los votantes sean o no idiotas. Y lo da porque la democracia no es, como se tiende a creer, una inevitable consecuencia de la dignidad humana. La democracia, más allá de justificaciones ideológicas, es sólo una herramienta. Esto es, no es tanto un fin en sí mismo, como un medio para lograr un fin mayor. ¿Cuál? Que haya alternancia en el poder. Que podamos cambiar de gobierno sin derramamiento sangre, como dijo Popper. Y para que esto suceda es secundario que los votantes sean o no idiotas.
La democracia no busca la elección del mejor de los gobiernos posibles, sino solamente garantizar que las diversas élites en competencia por el poder se alternen en el mismo de un modo pacífico y sabiendo todas ellas que les conviene respetar el modelo porque tal vez en esta ocasión le corresponde mandar a otra élite, pero quizá mañana les toque a ellos. Puro Schumpeter. De lo que va esto no es de elegir a buenos gobernantes. ¿Cómo podría hacerse tal cosa? En primer lugar, la mayoría de los votantes es idiota, por lo que difícilmente sabrá lo que más le conviene. En segundo lugar, incluso los que no son idiotas no suelen tomarse su voto tan en serio como se toman otras actividades como comprar un coche o una casa, con lo que no cabe esperar un voto razonado en la mayoría de la población. Y, por último, incluso los que son listos y se toman su voto en serio rara vez disponen de opciones que lo merezcan, pues precisamente por saber que la mayor parte del electorado es idiota, los partidos se adaptan en sus propuestas y candidatos a la idiotez generalizada.
Luego la democracia es un montón de idiotas votando ideas idiotas propuestas por políticos que o son idiotas o se hacen el idiota. Y, en contra de lo que parezca, semejante despropósito no es tal, sino la mejor manera que hemos descubierto para gobernarnos. Al menos la única que ha demostrado ser útil para no matarnos y prosperar materialmente.