Desde el primer día de clase digo a mis alumnos de Derecho Constitucional que nuestro modelo político contemporáneo se llama democracia liberal y que, desde un punto de vista material o de contenido, se compone de una serie de elementos tales como la elección popular de los cargos públicos, el Estado de Derecho, la separación de poderes, la garantía de los derechos individuales y el pluralismo. Les explico qué son estos elementos, cómo surgieron, por qué y cuál es su situación actual. Por ello, acostumbro a terminar mis clases hablando del populismo, pues considero que es la principal amenaza que hoy se cierne sobre la democracia.
El populismo surge en las democracias consolidadas como una respuesta reactiva a la globalización como modalidad mundializada de la democracia liberal y el librecambio económico. El populismo gira alrededor de unos elementos muy característicos. Por citar algunos: el líder carismático, el enemigo (tradicionalmente se le identificaba con las élites, pero pueden ser también los inmigrantes, los terroristas, los musulmanes, los homosexuales, las feministas, Soros, o realmente quien se nos ocurra en nuestra paranoia) y la concepción halagadora e hipócrita del pueblo como unidad buena y uniforme. El populismo socava la democracia desde dentro desmantelando sus elementos liberales en nombre de la voluntad popular. ¿Es el populismo un nuevo modelo de totalitarismo como lo fueron el nazismo o el socialismo/comunismo en el siglo XX? Sí, entendiendo que cada momento histórico es diferente y también sus frutos políticos.
Esta semana el populismo dió el que a día de hoy ha sido su golpe más simbólico: en el Reino Unido, el país del mundo más orgulloso de su parlamentarismo, aquel en el que el parlamento depuso y nombró reyes, el primer ministro, Boris Johnson, decidió cerrar el parlamento. Su motivación es detener todo intento de frenar su voluntad de salir sin acuerdo de la Unión Europea (o negociar salvajemente, quién sabe). ¿Es legal lo que ha hecho? Tan legal como meter en jaulas a las familias latinas que llegan a la frontera de EEUU, tan legal como acusar a los musulmanes de destruir Europa y ser terroristas violadores de mujeres, o tan legal como decidir el futuro de un país mediante un referendo lleno de mentiras como el del Brexit en el que el resultado fue 52% a 48%.
Ese es precisamente el problema del populismo, que se sirve de los instrumentos de la democracia para destruirla desde su seno. Poco a poco, pero sin pausa, criminaliza al otro, acabando con el pluralismo y el respeto a las minorías, persigue al diferente, violando los derechos indivuales, concentra el poder, erosionando la separación de poderes. Finalmente, quiebra el Estado de Derecho apelando a la voluntad popular encarnada en el líder. Y la democracia, en su propio nombre, cruel sarcasmo, muere. No es, en definitiva, necesario quemar el Reichstag como hicieron los nazis, a veces basta con cerrarlo.