No me fijé en la camisa hasta que empecé a leer tuits, memes y comentarios de todo tipo que bromeaban acerca del inevitable éxito electoral que habían de tener las opciones políticas respaldadas por el alcalde Alejandro Char a causa de la camisa que éste vistió el pasado domingo. Una camisa que, según me explicaron después, era muy parecida a la camisa de la suerte que el entrenador del Junior acostumbra a vestir en las ocasiones especiales. La anécdota me parece interesante porque prueba dos cosas: que en política la imagen no es cosa menor y que el saliente alcalde de Barranquilla, ya sea por voluntad premeditada o por naturaleza, usa extraordinariamente bien el poder de la imagen.

La vestimenta es clave para fijar la imagen pública de un líder. No seas mejor, se le podría decir a los políticos. No lo seas, porque en esta sociedad de valores democráticos a la gente no le gustan las aristocracias naturales. Pero sé diferente. Ten tu marca. Tu personalidad propia. Alejandro Char consigue esto de un modo insuperable. No es ya que sea barranquillero. Es que además lo parece. De hecho, lo parece tanto que podría afirmarse que se ha convertido en el prototipo mismo de la barranquilleridad para excederla volviéndose tótem y referencia de cómo debe ser un barranquillero. Cuando uno sale de la Costa y habla de los barranquilleros descubre que la imagen antigua de guayabera ha sido ya casi totalmente substituida por la de jeans, tenis, camisa de manga corta con un botón desabrochado, gafas de sol y, fundamental, cachucha. Más allá de cualquier discrepancia ideológica o de la mayor o menor satisfacción que se pueda tener con su administración de la ciudad, hay que reconocerle una cosa a Char: nadie domina mejor que él la batalla de la imagen. Se dotó de una y consiguió que toda la ciudad fuera reconocida por ella. ¡Chapeau!

Un rey es tal porque ciñe corona. Un general tiene poder porque usa uniforme. El presidente de la República se envuelve en la banda presidencial. Hasta el Papa no sería tan Papa si no vistiera de blanco. Aunque sea duro de admitir para los creyentes en la racionalidad del votante, la realidad es que los seres humanos acostumbramos a decidir el sentido de nuestro sufragio por cuestiones muchas veces más instintivas que racionales. La imagen que el líder transmite es una de ellas. En una sociedad de mentalidad aristocrática es inevitable que el líder asuma la imagen de la élite que gobierna. Pero en una democrática, los líderes necesariamente han de acabar tomando la estética de la mayoría. Quien entiende eso y se identifica con el pueblo se lo gana. ¿Y hay acaso una mejor manera de que los barranquilleros te amen que no ya pareciéndote a ellos, sino volviéndote su arquetipo? La política, que trata casi tanto o más con las emociones que con las razones, es tan arte como ciencia y una gorra, unos tenis o, como en este caso, una camisa puede ser una obra maestra.

@alfnardiz