Zweig es uno de los escritores más maravillosos que haya existido jamás. No digo que sea el mejor. Sin ir muy lejos, García Márquez es, en mi opinión, técnicamente superior. Pero la belleza, la dulzura, la calidez con la que escribía el buen vienés creo que no ha sido superada hasta la fecha. Leer cualquiera de sus obras es una experiencia deliciosa. Introducirse en sus ensayos es imposible que no inunde al lector de las sensaciones más placenteras y, he aquí lo importante, de los valores del propio Zweig, fundamental entre ellos la tolerancia.

La vida de Zweig, como persona de origen judío en la Europa de la primera mitad del siglo XX fue compleja. Su terrible final es bien conocido. Su mensaje es, sin duda, lo más importante. Un mensaje que queda bien resumido en su gran obra El mundo de ayer. Memorias de un europeo, donde repasa desde su subjetividad la historia de Europa en los últimos años del XIX y en las primeras décadas del XX contrastando el mundo de la elegante y culta burguesía en el que se crio con la cada vez más terrorífica sociedad de masas en la que le tocó vivir y morir.

La importancia del arte y la cultura, la individualidad y el libre desarrollo personal como pilares de nuestra sociedad, la tolerancia como esencia de la modernidad son los mensajes de Zweig. Hace unas noches caminaba por las hermosas calles de Cartagena cuando me di de bruces con una diminuta librería en la que, junto con comprar libros, también se puede tomar algo mientras se lee. Avanzada como era la oscuridad, pedí un trago y me sirvieron un exquisito ron local cuya marca no diré, pero cuyo fundador, allá por el XVIII, fue un español. Con el vaso en la mano, los dos pequeños hielos deslizándose por el vidrio apartando a su paso el licor, fui mirando las estanterías hasta que me encontré con una obra de Zweig que aún no había leído. Sentado a la mesa, con Castellio contra Calvino en una mano, el vaso en la otra, escuchando jazz en el hilo musical, disfruté de dos de las horas más perfectas que creo haber disfrutado nunca ya en la Ciudad Amurallada, ya en el mundo entero.

La tolerancia empapa cada página del libro como el ron lo hizo con mi agradecida garganta. La historia del intelectual que, en nombre del respeto al otro, a sus ideas, a su visión diferente del mundo, a su vida, se enfrenta al fanático religioso que acaba de asesinar a un inocente. Castellio, Calvino y Servet, respectivamente. Tres actores de un drama que cientos de años después de sucedido Zweig recogió y que décadas luego de dejarnos el autor leí yo en un lugar que, a él, como profundo amante que era de América Latina, le hubiera fascinado: un viejo caserón colonial español reconvertido en librería colombiana. Cuánta falta nos haces, amado Stefan, cuánto necesitamos en estos tiempos nuevamente cada vez más turbios de tus palabras, de tus valores, de la bendita, esquiva y cada vez más extraña tolerancia. Un brindis latino y con ron por ti, hermano. No te olvidamos.