Para que la sociedad colombiana asuma con normalidad la divergencia de opiniones, sí es útil. Para que las élites colombianas comprendan que no pueden tomar las decisiones ignorando a los ciudadanos, sí es útil. Para utilizar las protestas como punto de inicio para procesos de diálogo que permitan que se alcancen acuerdos transversales, esencia de la democracia, que hagan de Colombia un país un poco mejor, sí es útil. Pero la pregunta es si el paro es útil para lograr sus objetivos de fondo; si con un paro, especialmente estudiantil, se puede conseguir un mejor contrato social: mejores condiciones laborales, mejor salud y educación, mejor reparto de la riqueza, menor desigualdad y pobreza extrema. Mi respuesta es que no. No se puede. Para esas cosas no es útil un paro.
No lo es por dos motivos: primero porque las razones que hay detrás de las desigualdades colombianas son, en gran medida, endémicas al modelo político-económico nacional y, segundo, porque incluso un presidente que decidiera enfrentarse a dicho modelo y a los intereses creados por el mismo se encontraría con que la propuesta de contrato social que en la actualidad se impone en el mundo no tiene nada que ver con el famoso Estado Social de Derecho que proclama la Constitución y cuya aplicación demandan los manifestantes del paro.
El mundo ha cambiado y el nuevo contrato social (¿neoliberal?) genera mucha riqueza, pero también mucha desigualdad. El paro, este y todos sus gemelos en los cuatro puntos cardinales, es hijo del hecho de que progresivamente el planeta se vuelve más próspero y es más difícil morir de hambre, pero también es más difícil alcanzar el nivel de vida de esa idealizada clase media al que aspiran todos los que salen a las calles con sus cacerolas. Con lo que ello genera de frustración. Si es idiota, Duque se enrocará, no hará nada y le echará la culpa de todo a oscuras conspiraciones. Si es inteligente, cederá, retirará proyectos legislativos polémicos, contendrá los impuestos y dará temporalmente más dinero a los derechos sociales. Pero ninguna de sus medidas será permanente y en poco tiempo volverán a subir los impuestos y la salud y la educación pública languidecerán de nuevo.
La realidad excede las capacidades de ningún gobierno y a lo más a lo que pueden llegar es a contemporizar con los ciudadanos y a mejorar levemente su calidad de vida a costa de generar una deuda pública que después serán los propios ciudadanos los que paguen. Ni un paro como el colombiano, ni uno más salvaje como el chileno, son útiles para resolver los problemas de fondo. ¿Quizá una sostenida desobediencia civil que llevara el país a la parálisis y que obligara a reformar en profundidad el modelo fiscal, laboral, etc.? Ni siquiera eso, si solo sucediera aquí. Habría de suceder en muchos países y entre ellos los EEUU y la UE. En Latinoamérica la revolución es el camino a la tiranía o a la melancolía. Aquí, de momento, nos toca ser melancólicos.