Urge terminar las obras de mejora del aeropuerto de Barranquilla. No es posible que las mismas se sigan demorando durante un tiempo que comienza a acercarse a lo bíblico. Una ciudad llamada a ser uno de los centros de turismo y negocios de Colombia no puede tener un aeropuerto en el que durante meses y meses los mostradores de facturación se encuentran en una edificación temporal, en el que los pasajeros se amontonan en un habitáculo igualmente temporal para la recogida de equipajes, donde el espacio dedicado a los carros y taxis es un desorden en el que un solo carrito que se detenga más de lo debido en la puerta del aeropuerto la colapsa generando una larga fila de vehículos que se agolpan pitando nerviosos unos contra otros y en el que, en lo que casi parece una broma de mal gusto, se hace que los viajeros salgan del avión a una pasarela o finger para, justo antes de entrar en la terminal, obligarles a bajar una escalerilla metálica al aire libre para apretujarles en autobuses que les llevarán al minúsculo vestíbulo de llegadas.
Por supuesto, mejor no hablar del camino al aeropuerto. La ruta más habitual, la Circunvalar, tiene en el norte tramos buenos, bien iluminados y anchos, pero conforme se va bajando al sur la cosa cambia mucho: zonas con el asfalto destrozado en las que un agujero puede destrozar una rueda o la entera suspensión del carro; lugares en los que la existencia de huecos en las vallas lleva a que de modo imprevisto se crucen en el camino peatones a la carrera o motocicletas que se meten por donde no deben; trancones monumentales provocados la mayor parte de las veces por semáforos colocados en una vía en la que no debería haber ningún cruce, sino solo pasos elevados o subterráneos; momentos en los que la ruta, en apenas cien metros, se transforma de una autopista a un camino de cabras en el que el estrechamiento es tan grave que apenas caben dos vehículos en paralelo; falta de pintura en el piso que permita saber dónde se está; y, mi favorito, obras de mejora que se demoran tanto en concluir que llevan a perjuicios que casi superan los beneficios posteriores.
Si se suma el despropósito de la terminal y sus accesos, el resultado es que ir al aeropuerto es una odisea y llegar a él desde cualquier otra ciudad de Colombia o el extranjero da una imagen pésima de una ciudad que, por otro lado, tiene una de las mejores imágenes del país. Porque, cuando viajas, lo que te dice todo el mundo es que Barranquilla es lo más. La nueva meca del progreso colombiano. La ciudad del futuro en la que los parques, los escenarios deportivos, el malecón, los centros comerciales, las altas y delgadas torres, los hoteles y las grandes avenidas muestran cómo puede transformarse una urbe. Esto hace más grave que la puerta de entrada de la ciudad, su aeropuerto, sea tan desastrosa. Seguro que cuando terminen las obras de mejora el resultado será magnífico; pero, por amor de Dios, que terminen de una vez.