Uno de los rasgos más reprobables de nuestra sociedad es la falta de solidaridad cívica, entendiendo la misma como aquella cooperación que se produce entre ciudadanos por el hecho de identificarse los unos a otros como iguales, como sujetos de derecho miembros de una misma comunidad política. En Colombia este fenómeno no se produce o, si lo hace, es de manera marginal. Aquí hay una enorme solidaridad a nivel familiar (mucho mayor que en España, por ejemplo) y en círculos cerrados como pueden ser los amigos, colaboradores, miembros de un determinado grupo religioso, ideológico, ético, etc. Pero la solidaridad general, en abstracto, con el desconocido, con todo aquel que forma parte de una misma sociedad es, si no inexistente, sí muy limitada. Aquí todo el mundo quiere ser el más listo, el más avispado, el más despierto y si puede aprovecharse del otro, verse favorecido, obtener alguna ventaja más o menos lícita o, incluso, burlar la ley, pues lo hace.

Las razones de esta actitud residen, desde mi punto de vista, en las seculares desigualdades y pobreza de la sociedad colombiana que llevan a una inmensa mayoría de la población a ser pobre, saber que nadie va a preocuparse por su pobreza y aplicar el principio de sálvese quien pueda buscándose la vida en un marco general de todos contra todos sin dar ni pedir cuartel. Frente a tal muchedumbre hay una diminuta minoría de muy favorecidos que en algunos casos lo son desde hace tanto tiempo que no consideran al resto de la población como sus conciudadanos, sino como populacho al que carece de sentido tratar como iguales, aunque la ley lo diga.

Los resultados de esta falta de unidad social, de esta carencia total de identificación como miembros de un proyecto común, se manifiestan tanto en muestras leves de insolidaridad tales como la forma de manejar (caótica, desordenada, tratando de imponerse al otro), o el nulo respeto al silencio ajeno (fiestas con parlantes a altas horas de la noche indiferentes al derecho al descanso ajeno), como en consecuencias mucho más graves como la delincuencia violenta en unos y la corrupción en otros.

Es evidente que las causas de esta insolidaridad no residen únicamente en las desigualdades y la pobreza presentes, sino que habría que rastrearlas en el origen colonial de una sociedad dividida en castas que se mantuvieron en tiempos republicanos, constituyéndose en germen de la desigualdad y, desde ella, de la insolidaridad. Una sociedad que nació y se formó fragmentada es muy difícil que tenga tendencias solidarias. Por ello, se debe luchar contra la pobreza y la desigualdad extremas, pero no sólo contra la desigualdad económica, sino también, y quizá aún más, contra el sentimiento de desigualdad que hace que los colombianos se vean no como parte de un todo, sino como miembros de clases sociales estancas. Si no se crea un verdadero espíritu de colectividad, de grupo, de iguales, difícilmente se podrá dejar de ser una sociedad insolidaria, violenta y corrupta.

@alfnardiz