Recuerdo al maestro Stuart-Mill en su On liberty al escribir esta columna y la imagino escuchando What you won’t do for love de Bobby Caldwell. Para los que quieran ponerse en situación, leer algo bueno y escuchar algo casi mejor.

Amo la libertad. Por mi amor a la libertad es por lo que me considero liberal. Por ello, aunque mis simpatías socialdemócratas son manifiestas, no creo que jamás pueda dejar de admirar una ideología que pone en el centro, por encima de cualquier otra cosa, el valor de la libertad. Como bien enseñó Berlin, es una utopía creer que se pueden alcanzar simultáneamente unas perfectas libertad e igualdad. En el triste mundo real en el que en suerte nos tocó vivir no queda otra sino elegir y yo elijo la libertad, pues la experiencia nos demuestra (y el liberalismo no es otra cosa que escéptico empirismo aplicado a la filosofía política, esto es, puro aprendizaje desde la experiencia) que en la búsqueda de la libertad se puede lograr cierta igualdad, pero en la búsqueda de la igualdad se acostumbra a perder toda libertad.

¿Y qué es la libertad? Un concepto social. Soy libre frente a otros. La libertad en abstracto, ante la naturaleza, la divinidad o el destino, carece de sentido pues, si bien es cierto que uno es libre si decide tirarse de un puente, también lo es que en el ejercicio de su libertad encontrará inmediatamente el final de esta. La libertad es un concepto político antes que natural. Es en la sociedad y frente a la sociedad cuando la libertad adquiere su razón de ser.

No es posible vivir sin libertad. Y cuánta más libertad se tenga, más digna de ser llamada humana es la vida. La felicidad de los hombres que merecen tal nombre no es otra que el logro de la libertad. Disfrutar de ella y negar que nadie, en nombre de ideales, creencias, o prejuicios, pueda arrebatarnos siquiera una pequeña porción de la misma. ¿Cuál es el límite de la libertad? Exclusivamente la libertad ajena. Y este es un límite que se puede cruzar con actos que impliquen a terceros, pero no con palabras o acciones que solo afecten al propio sujeto.

Por eso protesto. No solo frente a los reaccionarios, sino también frente a los que, apelando a una esquiva moderna moralidad recubierta de supuestos principios progresistas, en los que no acostumbra a habitar nada salvo el eterno oscurantismo, solo saben prohibir. En ocasiones hablar. En ocasiones escribir. En ocasiones ser o hacer lo que nadie salvo el derecho ajeno puede limitar. ¿Qué derecho tiene el Estado a negarme nada que a nadie salvo a mí afecta? ¿Qué derecho tiene la comunidad a obligarme a hacer lo que no deseo en nombre de un interés general que no esconde otra cosa que los intereses particulares de aquellos que ordenan? Menos hipocresía, por favor. Cuando uno es liberal no solo pide libertad para los mercados. En primer lugar, la pide para los hombres. La libertad no es un privilegio. No es un regalo, no es nada por lo que debamos dar las gracias. La libertad es lo que nos hace hombres. Con ella, la vida es digna de tal nombre. Sin ella, la vida, simplemente, no merece la pena ser vivida.

@alfnardiz