Hay un texto bellísimo en el que Jonathan Franzem, uno de los mejores escritores norteamericanos, narra sus peripecias en un barco que cruza la Antártida, en el que se ha embarcado obsesionado con ver un pingüino emperador. Franzem es de esos avistadores de aves que no usan cámaras para regresar a casa a presumir ante sus amigos con una foto. Le basta con verla, como sucedió cuando decenas de fotógrafos se plantaron frente a uno de estos pingüinos. Él quiso verlo con sus propios ojos, no a través de un lente.

Este hombre que ha viajado al otro extremo del mundo solo por ver un ave, cuenta: “El emperador se enfrentaba al cuerpo de la prensa con una pose de serena dignidad. Al cabo de un rato estiró el cuello con gesto pausado. Dando muestras de un equilibrio y una flexibilidad magistrales, se rascó detrás de la oreja con una pata mientras se mantenía perfectamente erguido sobre la otra. Y entonces, como para subrayar hasta qué punto se sentía cómodo en nuestra compañía, se quedó dormido”.

La primera vez que oí hablar de este deporte fue justo cuando Franzem estuvo en la Sierra Nevada, tratando de observar las 25 especies endémicas que allí habitan. Hace unas semanas en Valledupar, me encontré con la noticia de que cada vez son más los turistas que viajan a la ciudad para avistar aves en el ecoparque Los besotes. Dos, en particular, son las que más buscan: el paujil de pico azul y el tinamú de patas rojas. Hay una tercera, pero no es endémica: el pinzón montés de alas doradas.

José Luis Ropero es el guía más experto de este tema en la ciudad. En su celular tiene grabados los cantos de muchas de las 1.950 especies de aves que hay en Colombia, 87 de ellas endémicas. “Es el país más diverso en aves en el mundo, y nunca se ha hecho una guía nacional con tantas ilustraciones ni tantos mapas”, le dijo una vez un avistador.

Extranjeros son los que más nos visitan, la mayoría de EEUU, pero también de Canadá, Inglaterra y Francia. Los hay de dos tipos: ornitólogos con interés científico y aficionados que solo quieren ver el ave, escuchar su canto. Luego viajan a Manaure, Cesar, donde la variedad es mayor, y siguen hasta la Serranía de los Motilones, donde hay cinco especies endémicas muy difíciles de encontrar.

Este es el placer: el reto. “En el mundo hay cerca de diez mil especies de aves. Llega un momento en que un avistador ya ha visto todas las de su país y emprende travesías a lugares de difícil acceso: montañas, páramos, cañones entre las cordilleras. Entre mayor la dificultad, más placer. Esto hace que, para ellos, Colombia sea un paraíso”, dice Ropero.

De Colombia, los avistadores que más buscan sus servicios llegan de Caldas, Antioquia y Valle. En Valledupar, en cambio, muy pocos le paran bolas a este tema.

PD: Si alguien quiere contactar a Ropero, este es su correo: roperoaventuras@outlook.com. Y otro dato: Rey Naranjo editores publicó hace poco un libro muy bello en el que aparecen todas las especies de aves del mundo, con fotos y datos específicos de cada uno de ellas. Vale la pena verlo.

@sanchezbaute