Alguna vez conté aquí de Mister Taylor, ese maravilloso cuento de Monterroso que narra la historia de un gringo que vive con una comunidad indígena en un país sudamericano cerca del río Amazonas. Uno de estos indígenas, al verlo tan pobre, le regala una cabeza humana reducida que mister Taylor envía de regalo a su tío, Mr Rolston, quien desde entonces comienza a pedirle más de estos obsequios que él vende a muy buen precio en NYC.
Entre los dos montan entonces una empresa. Como mister Taylor es gringo obtiene rápido el permiso para exportar cabezas. Es tan exitoso el negocio que muy pronto es designado Consejero Particular del Presidente Constitucional. Pero hay un “pequeño problema”: en la medida en que se exportan las cabezas reducidas disminuye la población del país. Claro, eso no importa: el comercio internacional se ha desarrollado, las finanzas del país están boyantes y los políticos ganan lo suyo.
Pronto hay que hacer la guerra para obtener las cabezas de las otras tribus, pues el mercado norteamericano pide más y más cabezas reducidas y hay que sacrificarse por la patria, es decir, por la voracidad de los políticos. Hasta que llega el momento en que mister Rolston abre una caja y encuentra la cabeza reducida de su sobrino.
Desde que estaba en campaña Bolsonaro se ha cuidado y mucho de dejar claro su desinterés por el medio ambiente. Para él, eso del “cambio climático” no existe. Hay más bien una “psicosis ambiental”. Algo parecido piensa Trump, que esta semana quiso comprar Groenlandia porque descubrió la riqueza que hay bajo el hielo. ¿Quiere además construir unas torres con su nombre? “Si dan plata, diría él, ¿por qué no?
Volvamos a Bolsonaro, quien desde que se posesionó se ha enfocado en defender la agroindustria. Nombró por eso un gabinete orientado a este fin, con un ministro más ocupado en la industria minera y la explotación de la tierra que en la biodiversidad.
Los ambientalistas de todo el mundo, no sólo los brasileros, están muy preocupados por una serie de decisiones suyas que ponen en peligro la conservación de la selva amazónica, la cual, más que el pulmón, es el corazón del mundo. La supervivencia de 900.000 indígenas de 305 pueblos distintos, así como miles de especies vivas, dependen del bosque, pero a Bolsonaro sólo le importan los agronegocios. Por eso fusionó los ministerios de agricultura y medioambiente.
Los científicos afirman que “La industrialización de la Amazonia acelerará el calentamiento global”. La respuesta de Bolsonaro fue un ambicioso proyecto de abrir una carretera a través del Amazonas y concesionar nuevos proyectos de explotación, entre ellos ganadería y extensos cultivos de soya.
El afán de dinero nos acerca cada vez más a la destrucción de la tierra. Y al final, ¿para qué? Como dice un viejo proverbio amerindio: “Sólo cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado te darás cuenta que no puedes comer dinero”.
PD. Escrita esta columna, me entero que, por la presión mundial, Bolsonaro ha reconocido su responsabilidad en la gestión de los incendios.