En estos días releí una columna que publiqué hace seis o siete años en el que planteaba un debate sobre la ortografía del apellido de María Barilla, la gran bailadora de fandangos y símbolo de las sabanas cordobesas, pues en varios textos su apellido aparece con v, porque –así lo justifican– “ella era delgadita y bailaba con su cuerpo erguido como una varilla”.

Siempre he guardado admiración por esta mujer hija única de Evangelina Tapias, quien la bautizó como María de los Ángeles Tapias. María adoptó de su marido su famoso apellido, un vaquero de nombre Perico Barilla, con quien vivió en la calle 35 entre carreras 1 y 2, en Montería, y quien la abandonó luego de que ella abortara accidentalmente. Luego se enmozó con un machetero de Cereté llamado Antonio Fuentes, con quien tuvo un hijo en 1912.

Su fama se debe al porro que pedía que le tocaran cuando llegaba a un fandango, el cual se convirtió con el tiempo en el himno folclórico de Córdoba, y a su enorme talento para el baile. Se dice que tenía el don de enloquecer a los hombres con ese no sé qué en las caderas, esa mezcla de ritmo, porte y coquetería, que genera morbo sexual y toda suerte de placeres contrariados.

Barilla nació en 1887, el mismo año que María Cano. Pues bien, hay una tercera razón por la que María Barilla era reconocida en esa región y en esa época. En “Historia doble de la costa”, el investigador barranquillero Orlando Fals Borda la presenta, además de trabajadora doméstica y enfermera, como una mujer con un rol social protagónico. Incluso hay quienes van más allá y enfatizan el hecho de que Barilla hacía parte del grupo del italiano Vicente Ádamo y de la campesina Juana Julia Guzmán.

Actualmente hay un colectivo de mujeres feministas que homenajea el nombre de Guzmán. En 1918, Juana Julia fue cofundadora de la Sociedad de Obreros y artesanos de Córboba y del Baluarte Rojo de Loma Grande y en 1919, de la Sociedad de Obreras Redención de la Mujer, la cual luchaba en Montería por la reivindicación de la emancipación de la mujer, así como por los derechos de los campesinos y de los indígenas.

Llama la atención que, en la región más feudalista del país, machista y conservadora, ávida de toros y vaquería, se arraigue tan fuertemente una mitología cultural en cabeza de mujeres revolucionarias en cuanto a liberadas, divertidas e, incluso, libertinas.

Ellas, junto con otras, fueron mujeres que, como afirma un texto de El Tiempo, “fueron capaces de organizar la lucha obrera y campesina en un medio tan difícil; festejaron, con delirante entusiasmo, el día del trabajo el primero de mayo de 1920 y convocaron para María Cano, la famosa defensora de la igualdad de derechos de las mujeres, a más de 800 personas en una gran manifestación pública”.

No es difícil imaginar por qué Barilla es más conocida como fandanguera que como líder social y por qué a Guzmán apenas la recuerden unos tantos. Sin embargo, en estos tiempos de reivindicación de género no está de más entregarles a ambas su sitial en la historia de igual modo a como se hace al interior del país con María Cano.

@sanchezbaute