Generó debate en círculos vallenatos mi columna pasada en la que hablé del proyecto del Gobernador del Cesar de construir el Centro de la Cultura Vallenata -una especie de museo que recoja la historia y archive la información de la música de acordeones-, cuyo costo alcanza (o alcanzaba, pues son datos de hace cuatro años) los 80 mil millones de pesos.
En el primer mandato de Monsalvo el proyecto fracasó porque el Ministerio de Cultura le sacó el pecho. De nuevo en la Gobernación, ha retomado el tema, pero algunos cuestionan que se le dedique un monto tan alto a un proyecto cultural “habiendo tantas otras necesidades en la región”; necesidades a las que, por cierto, siempre han destinado los recursos.
Valledupar permaneció aislada del mundo hasta mediados del siglo pasado. Hoy es ampliamente reconocida, incluso allende las fronteras patrias, precisamente por su folclor. Todo lo que ha conseguido el Cesar, incluyendo la creación del departamento y los ministros que ha tenido, se lo debe a su música. El Festival ha demostrado su éxito. A la ciudad, en tanto, le ha quedado grande hacer lo suyo.
Muchos están empeñados en hacer de la región un emporio turístico. Pero, ¿a qué va un viajero a Valledupar, si ni siquiera tiene dónde oír un día cualquiera un toque de acordeón? Para que haya mercado primero debe haber un producto. Hay ciudades que han desarrollado su turismo alrededor de un ícono cultural, como Bilbao y su famoso museo, por traer un ejemplo. Valledupar está en mora desde hace mucho tiempo de contar con un espacio que albergue su historia cultural. No es sólo por el turismo: para conservar nuestro patrimonio inmaterial, las nuevas generaciones deben saber cómo, por qué y de dónde viene.
Igual, la pregunta es válida: ¿de dónde saldrá tanta plata? También es cierto que la mayoría de museos del mundo, grandes y pequeños, enfrentan graves problemas de autosostenibilidad. Y ahí están el ejemplo del Museo del Caribe y el de Arte Moderno de Barranquilla. Hasta el Louvre y el Pompideu, en París, se han visto en la necesidad de vender su marca a ciudades como Málaga, Bruselas, Abu Dabi y Shangái, que pagan grandes capitales por el préstamo de sus obras y otros servicios.
Más allá de estos temas, el quid está en otro lado: la falta de participación ciudadana en proyectos que interesan a todos, tal cual sucedió con La casa en el aire, que fue empotrada en el sitio equivocado, y con la remodelación de la Plaza Alfonso López. Esa experiencia enseña que no basta con socializar los proyectos. Hay que debatirlos, no imponerlos.
Particularmente considero que el espacio para este museo también es un error. Hay que descentralizar y dar vida a otros espacios de la ciudad, como hizo, precisamente Bilbao. Además, sigo creyendo –y el calentamiento global lo confirma-, que esas dos hectáreas donde quedaba la Zona de Carreteras a futuro necesitan más un parque boscoso que una mole de cemento. La ciudad lo agradecerá y los funcionarios de la Gobernación del mañana, aún más.
La discusión está abierta.
@sanchezbaute