Alguna vez conté aquí mismo sobre la vez que un amigo bogotano me llamó desde Valledupar buscando recomendaciones de lugares para visitar en mi ciudad. Al preguntar: “¿Dónde puedo escuchar un conjunto de acordeón?”, le contesté: “¡En La playita!”. La playita es un rincón de Bogotá, en la avenida Caracas con 55, donde a cualquier hora hay oferta de músicos, de rancheras a vallenatos.
Han pasado 10 años y Valledupar sigue sin ofertar su folclor los otros 359 días del año (contando ambos festivales). Para alguien que viene de fuera, conseguir un músico no es tarea fácil. Y, menos, un espacio donde escucharlo. Debe tener amigos en la ciudad y debe contar con la suerte de que se dé una parranda.
Estos días de fiesta he visto deambular a decenas de turistas vestidos de chancla y pantaloneta, quizá creyendo que la ciudad tiene mar, buscando hitos turísticos que desafortunadamente no existen. Hay paisajes preciosos en los alrededores, como La mina y sus piedras como huevos prehistóricos o Nabusimake; pero son lugares que no soportan el turismo masivo, entre otras razones porque la mayor belleza de cada lugar son su soledad y el hecho de que es un lugar sagrado. Los turistas visitan entonces lo único que encuentran: el Diomedes, a quien pudieron haberle hecho al menos un bonito monumento en lugar de ese esperpento.
Los turistas vienen buscando un universo musical, pero no hay una narrativa, no hay un relato. Hace 20 años oigo hablar de las rutas de los músicos. ¿Dónde están? ¿En qué consisten? La mayoría de vallenatos ni siquiera conoce la historia de las dieciséis manzanas fundacionales. ¿Qué contarles entonces? Si siguen viniendo y no encuentran nada será peor para la ciudad, porque al regresar a casa dirán: “Estuve allá y no había nada que hacer”.
Se habla de “oferta turística”. Me apena decirlo, pero no la veo. Una política de turismo implica un compromiso, una responsabilidad y, sobre todo, un trabajo serio que debe partir de la Administración. No veo esa voluntad política. Lo que sí escucho es mucho blablablá.
Aparte de su exuberante arborización, la ciudad carece de oferta de interés para ese turismo masivo que algunos pretenden. Pero tiene magia, encanto, charm. Valledupar embruja, pero nadie sabe por qué. Como las supermodelos. Puede haber millones de mujeres tan bellas como ellas, pero no enamoran como ellas.
Me encantaría que mucha gente viniera a Valledupar para confirmar que su belleza no está en ninguna parte concreta. ¿Qué hacer para que el turista olfatee, al menos, un pedacito de esa magia que enamora en tiempo de Festival?
A los politiqueros vallenatos se les llena la boca hablando en futuro: “Vamos a hacer”, “Hay que hacer”, “La ciudad está preparada”, “tenemos lo más importante”. Repiten “emprendimiento” como quien acaba de aprender la palabra.
Todas frases vacuas que generan la idea de que se está haciendo algo. Pero, qué va: el tema es tan “importante” para la Administración que ni siquiera hay una Secretaría de Turismo. Y la cultura tampoco es que les importe, salvo las parrandas y la foto con los músicos exitosos.
@sanchezbaute