Acabo de volver de Estados Unidos. En los últimos meses he venido observando allí el deterioro del debate nacional, el auge de la polarización y los límites del modelo institucional gringo. El país, hoy, está fraccionado entre lo urbano y lo rural, entre Wall Street y la economía real, entre los demócratas y los republicanos, entre los trumpistas y los anti-trumpistas y entre los Estados costeros y los Estados del centro y del sur.

Además de esto, una facción importante de la población está ya fastidiada de estar controlada moralmente por la misma élite nepotista y tecnócrata; siendo el fenómeno político de Trump la natural consecuencia de esta frustración. Paradójicamente, a pesar de tener todos los escándalos en su contra, Trump sigue con un promedio de 45% de favorabilidad en las encuestas y pareciera que entre más ataques recibe, más se consolida su base electoral.

El problema es que la oposición gringa está atrapada en un monotemático y vicioso despotrique. Como no han sabido contrarrestar el atraigo y constante presencia mediática de Trump, han optado erróneamente por sermonear, juzgar y despreciar a la persona y al tipo de electorado que lo apoya, alimentando en él y en sus seguidores los extremos. Con esta actitud, la oposición se dispara en el pie frente a una sociedad que pide a gritos libertad de expresión, cimentando además los argumentos trumpistas que cuestionan la intransigente naturaleza de los liberales.

Por el hecho de haber querido imponer a toda costa lo “políticamente correcto”, muchos progresistas gringos han terminado obteniendo el resultado opuesto al buscado, volteando en reacción y con piloto automático una gran parte de la sociedad hacia el conservadurismo y hacia el canal de televisión Fox News. El problema social pareciera también radicar en que estas nuevas élites liberales se han tornado en ser muy excluyentes y fanáticas. En las grandes ciudades costeras, como San Francisco o Nueva York, no hay una persona que se sienta cómoda en decir públicamente que milita en el partido republicano. No es una leyenda urbana: existe una real sanción social.

Además de existir un bullying en lo político, también existe un bullying en lo académico. Muchas de las mejores universidades del país se han convertido en ser claustros demócratas, donde casi todos los docentes son cortados con la misma tijera ideológica, instaurando un unanimismo intelectual y reforzando en sus estudiantes más devotos una cultura de intolerancia. Por eso, un sondeo de la Universidad de Darmouth (The Darmouth Survey, April 2018) señala que 82% de los estudiantes, que se declaran ser demócratas, no consideran viable ennoviarse con alguien con creencias políticas opuestas, mientras que solo el 42% de los republicanos afirman lo mismo. No en vano varias encuestas nacionales han subrayado que los liberales tienden a ser mucho más intolerantes que el resto de la población. Para meditar.

@QuinteroOlmos