Todo comenzó durante una desvelada, donde parecía interesarme, por primera vez, más la realidad que el sueño. La verdad es que no me despertaron mis vecinos con su vulgar reguetón, pero sí provocaron que me pusiera inmediatamente mis cascos musicales y pusiera Spotify a todo timbal. Comencé por escuchar rock, música electrónica, pasando por un viejo vallenato, hasta llegar, no sé cómo, al irrepetible Joe Arroyo.

Entre dos canciones eclécticas me elevo y decido: ¿por qué no escribir mi columna sobre algo tan banal como este momento? Al fin y al cabo, ¿publicar una opinión no es igual a subir una foto en las redes sociales? Ambas son formas de exhibicionismo para un público justamente ansioso de exhibicionismos. ¿No es esta la nueva prensa? Exponerse a la mirada del otro, ser uno mismo la ficción de su propia vida, mostrarse para existir y ostentar para después poder soñar con lo que uno no es. En suma, ser un Kardashian, es decir, un reality show y relatar su vida como medio de sustento sicológico y realizar –de paso– lo de la sociedad del espectáculo y lo de los 15 minutos de fama.

“Sin tu cariño todas las estrellas son de cartones”, canta Rubén Blades en mis oídos. Retumban sobre mí los tacones de mis vecinas bailando y resuenan las copas. Son las 3:45 de la mañana en mi solitario apartamento. Cometí el error de cerrar los ojos demasiado temprano, y ahora ando tecleando sin rumbo fijo en la mitad de la noche. Suspendo la aventura musical. Abro mi navegador para ver las noticias criollas; los titulares son los mismos de siempre. Cierro rápidamente el navegador para no intoxicarme de cinismo político. Me devuelvo hacia la música, cambio de registro y coloco a Sinatra.

Aprovecho para chequear el Instagram en mi celular. Hago desfilar varias fotos hasta congelar mi mirada frente a una en especial: son mis amigos pasándola bueno y yo aquí rellenando esta página blanca. Me entra envidia y nostalgia, y me pregunto: ¿el objetivo subconsciente de subir una foto cool en las redes no es crear en el otro envidia? Entre el silencio de la canción que termina y la que todavía no comienza, logro oír y reconocer la canción reguetonera de mis queridos vecinos. Me antojo de ella y la repito en mis auriculares. Hago unos ridículos movimientos de cabeza, tratando de seguirle el ‘tumbao’ y me pongo a escuchar su letra: “Te juro que tienes un flow/violento mami que me arrebata”. Burlescamente contemporáneo.

Me pican los ojos. Me volvió el sueño. Afortunadamente mis vecinos parecen haber apagado el equipo de sonido. Me acuesto con Norah Jones y me despido de esta despertada pensando en la soledad de mi existencia. Mañana me tomaré una foto haciendo algo chévere y la colgaré en Facebook para que la gente vea que mi vida es también “increíble”. Si obtengo muchos likes subirá un poco mi ego, a pesar de lo acartonado que soy sin tu cariño.

@QuinteroOlmos