A pesar de que el nivel académico haya aumentado en los últimos siglos, ¿podríamos decir lo mismo de la formación política? Muchos creíamos que los votantes aprovecharían su derecho al sufragio para estudiar minuciosamente las diferentes propuestas políticas. Creíamos, en consecuencia, que adquirirían naturalmente cultura pública, aumentando asimismo su nivel educativo. Todo esto entendiendo que la democracia automáticamente llevaba hacia un mejor desarrollo humano. Más equivocados no podíamos estar.

En la carta de Jamaica, Simón Bolívar ya nos lo advertía: “Las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas (...) en tanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y virtudes políticas, (…) los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina”. De ahí la siguiente pregunta: ¿el grado de conocimiento y libertad ciudadana no definiría la misma democracia?

Lastimosamente constatamos que la gran mayoría de los ciudadanos son políticamente maleables, convirtiendo a la democracia en fácil blanco de populismos. A lo cual hay que añadirle que la gran mayoría de los ciudadanos dependen de los medios de comunicación para formar su opinión política. El problema es que estos últimos son controlados directa o indirectamente por los grandes grupos financieros y empresariales que también controlan, a su vez, a la mayoría de los políticos mediante lobby o financiamiento de campañas. Todo este panorama empeora si tomamos en cuenta que los mismos dirigentes también pueden manejar a los medios a través de la pauta publicitaria estatal. En otras palabras, el dinero controla tanto a los políticos como a los medios y estos a su vez influencian a la mayoría de los ciudadanos; dominando asimismo a la democracia que se gobierna con mayorías.

Este círculo vicioso del poder económico mezclado a ignorancia y populismo plasma la mediocridad de nuestros representantes: el político no es el mejor profesional (tecnócrata) y no es la persona más ética. De ahí es que la democracia está lejos de asegurarnos meritocracia; más bien todo lo contrario y el perfecto ejemplo de esto lo observamos al comparar las hojas de vida de los actuales gobernadores y alcaldes elegidos popularmente con las de sus predecesores, que eran nombrados a dedo.

El hecho que haya voto libre, sufragio universal y representantes elegidos por mayorías no significa que exista democracia. Democracia es tener el pueblo el poder de decidir.

¿Da igual que el pueblo elija o decida? Sin darnos cuenta, hemos venido llamando democracia algo que no lo es. La representatividad no equivale a democracia, pues no es lo mismo elegir que decidir. Vivimos dentro de gobiernos representativos (las mal llamadas democracias indirectas), lo cual quiere decir que elegimos a los que después deciden por nosotros, sin nosotros tener la última palabra. La demostración de esto es la existencia de la “democracia participativa”, que no es más que un eufemismo para afirmar que el pueblo no tiene como tal la soberanía.

Elegimos a nuestros representantes, pero ¿tenemos incidencia sobre lo que estos deciden durante sus mandatos? ¿Es el representante un verdadero mandatario de su electorado? ¿Es el político, durante su mandato, un tirano elegido democráticamente?

@QuinteroOlmos