Varios amigos y contertulios de una charla exquisita que tuvimos con todos ellos sobre un tema vehementemente que incorporemos el esquivo tema a estas columnas, en la seguridad que han de tener enorme acogida, casi exclusivamente en lectores maduros, no extraídos de los dos extremos: ni venerables individuos a quienes el tema ya no les atrae como en otros tiempos, ni muchísimo menos lo que pisan los umbrales de la juventud.
Todo comenzó por un orador de medias tintas que les movió “las teclas de la recordación” – como habría dicho un autor de telenovelas disparadas en la pantalla chica – y alguien preguntó si en la concurrencia había copartícipes que pudieran disertar sobre los grandes oradores que tuvo Colombia, como en ningún otro país de Hispanoamérica. A este columnista no le gusta adelantarse a nada, pero temeroso que fuera el único que podía abordar este tema, siendo que hubo dos o tres que también intervinieron en la charla, aunque se vieron en la disyuntiva de tener que aclarar que no escucharon ni siquiera a una parte de esos grandes oradores colombianos, pero que si han leído la reproducción de sus intervenciones tan brillantes.
¡Sí, señor! A fe que lo fueron. El partido conservador, por ejemplo, tuvo oradores como Silvio Villegas, Ramírez Moreno, Fernando Londoño y Londoño, Laureano Gómez, quien no sólo fue el extraordinario orador parlamentario que el país conoció en los años 30 y 40, sino que también brilló excepcionalmente en la tribuna pública. El partido liberal tuvo oradores asombrosos, como el abuelo de Andrés Pastrana, Carlos Arango Vélez, Jorge Eliécer Gaitán, Olaya Herrera, David Turbay y varios más.
A todos los escuché en la tribuna y por ello podemos aseverar que ninguno de ellos alcanzó las cimas de la elocuencia como José Camacho Carreño, prodigio entre prodigios de elocuencia. Nos tocó en gracia oírlo en una peregrinación a los conservadores muertos en la puerta del cementerio Universal, y podemos decir que eso jamás se volverá a ver en Colombia. Para que los lectores tengan una leve aproximación a sus arrebatos verbales, ¿saben como comenzó Camacho Carreño su intervención? Poniéndose él mismo de pie para comenzar su oratoria tan arrebatadora: “Conservadores vivos” y se viró hacia el cementerio: “!Y conservadores muertos”!.
¡Deduzcan por ahí! Jamás nos imaginamos que se podían alcanzar alturas de elocuencia como las que le escuchamos a Carreño, aquella tarde de 1935. Una vez le leímos al Dr. Julio H. Palacio que el Dr. José Vicente Concha le preguntó si alguna vez había oído a Rojas Garrido, y al decirle que no, Concha le dijo: “Dios puso en la garganta de ese hombre todos los registros musicales”. Pues eso mismo aseveramos nosotros. A Camacho lo ayudaba la estampa, los ademanes, la voz insuperable que tenía y los períodos increíbles de elocuencia que poseía.
Ahora diga usted si podemos perder un minuto siquiera en escuchar a los oradores de hoy. Lo triste y lamentable que nada quedó de aquel torrente en un castellano sublime, cuando ya se podía grabar sus voces. Los colombianos jamás podrán justipreciar el tesoro que perdieron.