“Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma” es una conocida cita del dramaturgo Arthur Miller. En efecto, además de formar, informar y entretener, los medios de comunicación deberían ser ese ámbito en el cual la sociedad se examina, se evalúa y se transforma. Sin embargo, como un reflejo de esa sociedad que representan, también de forma patética son exponentes del rumbo disparatado que ésta toma; de sus vicios, su banalidad, su ignorancia, su falta de respeto y de valores.
El ruidoso proceso judicial tras el cual la Corte Suprema de Justicia condenó a la congresista Aida Merlano –hoy prófuga de la justicia– por los delitos de concierto para delinquir, porte ilegal de armas y corrupción al sufragante, parece que comenzara a disiparse con las declaraciones de su hija Aida Victoria, que evidencian que, tanto los medios, como el país, todavía están lejanos de asumir con seriedad la obligación de cuestionar lo que sucede. Es un caso más de corrupción de los que en Colombia tienen más cabezas que la Hidra de Lerna, que hoy amenaza con mutar en acontecimiento novelesco debido a la repentina urgencia de la jovencita de liberarse a sus escasos veinte años de “un secreto bastante pesado y terrible”.
El caso, que ha ido desembocando en un cotilleo calificado por ciertos medios como un tsunami que cayó sobre Barranquilla, hoy se eclipsa con las declaraciones que la cuasi púber Aida Victoria soltó estrepitosamente en una entrevista, y, como ocurre cada vez que la corrupción sale a la luz provocando un tremor soterrado, por estulticia o complicidad los medios dejan de lado el rol fiscalizador que están llamados a cumplir dentro de la sociedad, para internarse en los vericuetos melodramáticos de los personajes que conforman las historias. Fue así como, después de que la chicuela hablara de la murmuración de marras que marcó su infancia en Barranquilla, y de su urgencia por contar lo que, según ella, ocurrió exactamente, fueron muchos los que olvidaron las travesuras de la madre en el complejo aparataje delictivo que hay montado alrededor de los comicios electorales, para ocuparse de las revelaciones de la hija. La entrevista provocó toda clase de reacciones, y, en un espacio radial muy reconocido, aun habiéndole advertido “Yo no voy a entrar en su vida privada, nosotros de lo que estamos pendientes es de que aparezca su mamá”, le preguntaron como al descuido el propósito de hablar de su vida privada con nombres propios. La joven, que si bien aún tiene un discurso acorde a su edad parece haber heredado el carácter de su madre, les respondió con desparpajo: “yo creo que la prensa no trabaja a nivel judicial y es precisamente por eso que me buscaron para hablar de mi vida y no de la fuga de mi mamá”. Y ratificó su decisión de ventilar sus intimidades. Me temo que la chicuela pronto será una más de esas figuras que, alentadas por los medios, embelesan a una sociedad que es ajena al discernimiento.
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