Un vándalo es una "persona que actúa con brutalidad, violencia y espíritu destructor", y, si bien los hay por millares que no lo parecen y lo son, y por montones que lo son sin una pizca de pudor, también los hay que, sin serlo, son catalogados como tal. En Colombia, por ejemplo, las diferencias ideológicas han llevado a que dicho término esté siendo destinado a estigmatizar a quienes ejercen el legítimo derecho a movilizarse para ser escuchados.

En Hong Kong, y tras años protestando pacíficamente sin obtener resultados, la comunidad decidió desafiar al gobierno chino con métodos más contundentes que en otras partes del mundo podrían ser calificados como de típicos vándalos; de gamberros que inconformes e insensatos destruyen todo a su paso. Los vándalos de Hong Kong se visten de negro. Utilizan piedras, palos, o cualquier otra herramienta, con el fin de avanzar en el ejercicio de un derecho ciudadano. Los vándalos de Hong Kong cubren sus rostros y sus cabezas para protegerse de las agresiones de la policía que, como es comprensible, es un órgano destinado a salvaguardar los intereses del Estado. Los vándalos de Hong Kong pintan grafitis, han destrozado puertas de vidrio y sistemas de señalización, han causado daños en estaciones del metro, y, buscando sensibilizar al mundo respecto a lo que perciben como una restricción a la autonomía de una de las dos regiones administrativas especiales del gigante asiático, han llegado hasta Chek Lap Kok, un aeropuerto que mueve más de 70 millones de pasajeros al año, paralizándolo durante horas.

Sin embargo, los vándalos de Hong Kong no son vagos ni terroristas. Son trabajadores jóvenes, pensionados, profesionales, estudiantes, obreros y ejecutivos que pueden venir del corazón de Causeway Bay, de Mong Kok, de Kowloon o de Lantau, pero en medio de la agitada vida hongkonesa sacan el tiempo y el coraje que se requieren para oponerse a la voracidad de las políticas de Beijing. Son ciudadanos que en un principio solicitaron permiso a sus empleadores para salir a protestar, pero cuando las presiones del gobierno comenzaron a aumentar, optaron por hacerlo por fuera de horarios laborales y durante los fines de semana. Los vándalos de Hong Kong son padres que desean asegurar para sus familias un futuro libre del opresivo control chino; son estudiantes que dañaron paredes en la entrada a la Universidad de Hong Kong, sin embargo, al interior del mismo claustro hay una serie de carteleras pulcramente diseñadas para exhibir consignas estudiantiles. "Si sucumbo al miedo, Hong Kong se vendrá abajo" dice una de ellas. A los vándalos de Hong Kong los respalda la ciudadanía, que rechaza unánimemente la gestión de la jefe de gobierno Carrie Lam, y a quien acusan de títere del gobierno central y curiosamente representan con la imagen de una cerdita color rosa y expresión intransigente. En Hong Kong, nadie se atrevería a llamar vándalos a esa clase de vándalos.

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