Con un panorama tan desgarrador, uno no sabe por dónde comenzar. El alma duele en lo más profundo. Dan ganas de llorar al conocer testimonios, más datos de aquí y de allá, que reflejan lo que la guerra y la violencia le han causado a niñas, niños y jóvenes de Colombia.

Registros de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas revelan que existen hoy 8.131.269 colombianos que han sido víctimas por hechos, entre otros, de despojo forzado de tierras, actos terroristas, atentados, combates, hostigamientos, amenazas, delitos contra la libertad y la integridad sexual, desaparición forzada, desplazamiento, homicidio, secuestro y tortura.

De este trágico y nada orgulloso total hay 2.700.000 niñas, niños y adolescentes víctimas, herederos de un conflicto que no crearon, pero a los que se les arrebató el futuro, los sueños y el derecho a ser felices.

Un estudio de 2013 del ICBF, con apoyo de la Organización Internacional para las Migraciones y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, dice que en 17 departamentos esa población sufre de ansiedad, aislamiento, dificultades para relacionarse con otros, problemas para usar constructivamente el tiempo, agresividad, bajo rendimiento escolar, sentimientos de culpa, y poca capacidad para sentir alegría, entre otros problemas.

Nira Kaplansky, experta en trauma y resiliencia de niños víctimas de la guerra palestino-israelí y otros conflictos, afirma que el “90% de los menores afectados por una guerra se recupera por sí mismos con el tiempo, siempre y cuando el conflicto se haya resuelto o pasado a planos diplomáticos”.

Esas niñas, niños y adolescentes que hoy representan más de la tercera parte de la población víctima y el 16,45% de toda la población menor de 18 años en Colombia, a pesar de ser sujetos de derechos y de especial protección constitucional por los cuales nadie ha marchado y de los que pocos se acuerdan, no solo han sufrido las inclemencias de la guerra, sino que mirándolos, tratándolos y escuchándolos son el mejor ejemplo de lo que nunca ha debido ser y sobre todo que no debe repetirse.

Tatyana Orozco, Alan Jara, Cristina Plazas y Gina Parody, con esfuerzo, dedicación y esmero, acompañados de los principios constitucionales de protección prevalente, interés superior, igualdad y no discriminación, garantía a la vida, la supervivencia y el desarrollo físico, mental, espiritual, moral, psicológico y social, han luchado para visibilizar y corregir este drama social, cuya cura inicial es terminar la guerra.

A nombre de esos 2.700.00 menores de edad, a quienes hemos ignorado con pena y vergüenza, por los que ningún procurador o defensor han abogado de la misma manera como han abrazado otras causas, le damos la bienvenida al fin del sufrimiento, el dolor y la tragedia de la guerra, materializado en el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, el que por cierto se ocupa de los niñas, niños y adolescentes en 34 oportunidades.

@clorduy - clorduym@gmail.com