A medida que pasan las horas y avanza la cuenta regresiva con respecto al inicio formal de la cumbre sobre cambio climático convocada por las Naciones Unidas en la ciudad escocesa de Glasgow, aumenta la expectativa de la opinión mundial. No es para menos.

Y es que ninguna otra cita en el plano multilateral se puede comparar con esta, debido a la urgencia de tomar decisiones para contener el calentamiento global. Como bien lo señalan los científicos, el aumento de las temperaturas promedio en el planeta sigue su curso, convirtiéndose en una amenaza para miles de millones de personas.

Tal como lo reportó el Banco Mundial en un documento reciente, más de una tercera parte de los habitantes del planeta se verían directamente afectados si seguimos por la senda de las últimas décadas. Los modelos climatológicos muestran que tanto los periodos de lluvia y sequías se harían más extremos, aparte de huracanes y ciclones o los posibles trastornos a las corrientes marinas, junto con el acelerado derretimiento de los casquetes polares.

Para un país como Colombia, sobre cuyo territorio pasa la línea ecuatorial, los riesgos son inmensos. El motivo es que las zonas tropicales serían particularmente vulnerables a los vaivenes en las precipitaciones, como ya lo confirma la fortaleza de fenómenos como “el niño” y “la niña” acompañados ya sea por una disminución del nivel de los embalses que sirven para generar energía o por inundaciones que golpean regiones enteras.

A lo anterior se suma el previsible incremento en el nivel de los océanos, algo realmente inquietante para una nación con extensas costas tanto sobre el Atlántico como sobre el Pacífico. La región Caribe, en consecuencia, debe entender que este no es un escenario improbable y lejano, sino algo real que demanda respuestas prontas.

De ahí que resulte tan importante enviar señales claras en lo económico, como precisar las modalidades, procedimientos y directrices de los mercados de carbono. No menos importante es trabajar en mecanismos de adaptación y financiamiento, pues la transformación requerida exige sumas de dinero sustanciales que sólo serán factibles si la cooperación internacional está presente.

La adecuada mezcla de voluntad política, metas específicas y fondos suficientes hará posible avanzar hacia la anhelada carbono neutralidad, que consiste en que el aporte neto de gases contaminantes sea cero para mediados del presente siglo. Solo así será posible evitar que el alza en las temperaturas promedio esté por debajo de los dos grados centígrados, algo que parece menor pero que es definitivo para la agricultura o la biodiversidad.

Estoy seguro de que, tal como ha sido usual, Colombia jugará un papel importante. La razón no es solo la calidad de su delegación en lo técnico o sus invaluables riquezas naturales, sino el hecho de ser un caso ejemplar: una nación que ya generaba electricidad de manera limpia pero que impulsa de manera decidida las fuentes renovables como sol y viento; un país que prefirió ir más allá de las ofertas hechas en París, con el fin de disminuir sus emisiones en 51 por ciento a comienzos de la década que viene.

Haber escogido esa senda implicará sacrificios y desafíos. Lo más fácil habría sido cruzarse de brazos, pero eso no habría sido responsable con nadie, comenzando por esta y las futuras generaciones de colombianos. Sin embargo, hay que predicar con el ejemplo y por ello vamos a Glasgow a demostrar que sí se pueden lograr resultados para contener esta amenaza que nos involucra a todos.

*Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible