No hay duda de que los ojos del mundo están puestos por estos días en Europa Oriental. Ver otra vez al fantasma de la guerra paseándose por el Viejo Continente es motivo de profunda inquietud en cualquier latitud, pues los coletazos de lo que suceda nos afectarán a todos.
Pero en medio de tantas preocupaciones, hay noticias que sirven para recuperar el optimismo. Tuve la oportunidad de participar la semana pasada en la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEA, por sus siglas en inglés), que se realizó en Nairobi, Kenia, encabezando la delegación de Colombia. Y el balance del encuentro solo puede describirse como muy positivo.
La razón es que, por primera vez en la historia, 175 países -incluido el nuestro- acordaron la creación del primer tratado internacional, jurídicamente vinculante, contra la contaminación por plásticos. Este entendimiento enciende una luz de esperanza para resolver un problema inmenso.
Basta con salir a cualquier sitio para concluir rápidamente que la humanidad encara una verdadera emergencia, por cuenta del mal desuso -no del uso- de empaques, bolsas o recipientes. En todas las ocasiones en que recorro nuestra inigualable geografía encuentro pruebas de que así es, ya sea en playas, quebradas o espacios rurales y urbanos.
No se trata tan solo de la llamada contaminación visual, cuyos efectos sobre el bienestar o sectores como el turismo son negativos. Existen, además, incontables evidencias sobre daños irreparables a la fauna y la flora, comenzando por mares y ríos. Estos no solo afectan la oxigenación de las aguas o son ingeridos por criaturas de todos los tamaños, sino que su degradación altera el equilibrio y puede envenenar paulatinamente a las personas.
Por tal motivo, la única opción válida es actuar. En ese sentido, la resolución aprobada en el seno de la ONU viene con una propuesta comprensiva que aborda todo el ciclo de vida del plástico, bajo un enfoque de economía circular. El texto permite, igualmente, marcos de transición apoyados en medidas de cooperación internacional científica y técnica, subrayando que no hay un enfoque único.
Parte de la trascendencia de lo pactado, está en su enfoque pragmático. En lugar de centrarse en medidas punitivas o dejarle todo el accionar a los gobiernos, hay un reconocimiento a la contribución significativa de los trabajadores en entornos informales y cooperativos de recogida, clasificación y reciclaje.
Ello quiere decir que hay que utilizar mecanismos formales e informales para ganar una batalla en la que todos debemos participar. Lo ideal, por supuesto, es comenzar por la adecuada clasificación de desechos y basuras, algo en lo cual nuestras alcaldías están obligadas a moverse. Pero también hay que sumar manos, trabajar en la cultura ciudadana y educar, en particular a los más jóvenes, en la protección de su entorno.
Reaccionar es indispensable en un mundo que ha visto duplicarse la producción de plásticos en lo que va de este siglo, hasta más de 460 millones de toneladas. Un informe de la Ocde sostiene que hay 140 millones de toneladas contaminando ríos, lagos y mares. Y las tasas de reciclaje todavía son muy bajas, pues apenas ascienden al 9 por ciento del total.
Claramente, el reto es local, pero también regional, nacional y mundial. De ahí que el llamado para obrar en conjunto sea tan destacable, entre otras porque las corrientes oceánicas llevan los desperdicios de un lado a otro.
Y más allá del objetivo establecido, tampoco es menor el mensaje de que todavía hay espacio para encontrar consensos en medio de las tensiones globales. A fin de cuentas, solo hay un planeta Tierra, el mismo que habitamos todos los seres vivos y frente al cual debemos actuar responsablemente.
* Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible