Realmente sorprende que a muchos líderes de la Región Caribe, especialmente a aquellos provenientes del sector privado, no les preocupa el hecho de que en estos territorios se alberguen clanes políticos con graves denuncias de corrupción. Es como si en la economía y en el desarrollo no influyera para nada la forma como se maneja el poder. Han adoptado muchos de ellos por el principio de que con tal de que los gobernantes realicen obras, no importa la forma como lo hacen favoreciendo a ciertos grupos ni como manejan sus relaciones políticas. Gran error, que terminan pagando los sectores más débiles de la sociedad que no tienen ningún acceso a las decisiones de quienes controlan los recursos públicos en la región.

Muchos tienen una mirada muy urbana cuando la brecha entre el campo y la cuidad en los departamentos costeños es tan inmensa como la de la región Pacífica, que no tiene ni el nivel de desarrollo de la Región Caribe ni los recursos que sí tiene esta parte del país. Esa mirada explica el por qué los sures de estos departamentos viven varios siglos atrás de las ciudades costeñas. Como lo anota Adolfo Meisel, les recomendamos leer la novela Tocaimo, de Alonso Sánchez Baute, que según sus palabras "revela el mundo con el que muchos colombianos concentrados en las ciudades a veces estamos poco familiarizados: la pobreza rural."

Pero aun en las ciudades, en Barranquilla la estrella del Caribe, están pasando hechos que se ignoran y que obedecen a esa forma de manejar el poder político. Un ejemplo es el nivel de informalidad de esta ciudad que se asocial claramente con el aumento en los niveles de pobreza y desigualdad que se identificó antes de la pandemia. No parecen conmover estas cifras a quienes solo miran esa parte de la ciudad moderna donde viven los sectores de mayores ingresos. Así no se quiera, esa desigualdad sí está asociada a la forma como se ejerce la política, a la concentración de beneficios en unos pocos que, aunque no lo crean, terminan afectando las posibilidades reales de la verdadera modernización de la región.

La pobreza y la desigualdad no pueden seguirse tomando como parte del escenario natural de esta parte del país. Como costeños nos debería avergonzar que seamos la región con los mayores niveles de pobreza y con una desigualdad injustificable. Aunque no se ignore, esta realidad sí tiene que ver en gran medida con la forma como se ejerce la política y como se manejan los recursos públicos en los departamentos y ciudades del Caribe.

Ahora que el modelo de desarrollo no solo en Colombia sino en el mundo entra a ser cuestionado, se requiere que el liderazgo empresarial de esta parte del país reflexione no solo sobre los grandes proyectos que impulsaran el crecimiento económico, sino sobre ese liderazgo político que ha sido un freno para el mejoramiento de la calidad de vida de amplios sectores de población. Las nuevas generaciones de dirigentes, donde por fortuna hay muchas mujeres, no pueden repetir los errores de quienes las precedieron.

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