El informe sobre América Latina y Colombia en particular, que acaba de presentar el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud, es demoledor. "América Latina y el Caribe (ALC) se encuentra en una trampa de desarrollo... se han mantenido en gran medida inalteradas: la alta desigualdad y el bajo crecimiento." La pandemia ha exacerbado esta realidad pero no se está descubriendo nada nuevo. Por consiguiente, es hora de plantear la pregunta: ¿Quién responde?
Lo obvio: ¿por qué las instituciones multilaterales que han presentado recientemente este panorama, el Banco Mundial y el Pnud, no se miran a sí mismas por la falta de cuestionamiento del modelo de desarrollo de las últimas tres décadas que en mayor o menor grado han impulsado en esta parte del mundo? Tres décadas donde no se han revaluado esas prioridades que han debilitado el rol del Estado y han insistido en que es el mercado y por ende el sector privado, el que tiene el motor del crecimiento y del bienestar. Ningún cuestionamiento se ha hecho sobre esas prioridades y su impacto sobre las desigualdades y el lento crecimiento que hoy denuncian.
Pero si este diagnóstico es demoledor para la región latinoamericana, el caso de Colombia es para llorar. Este mismo informe señala que "menos gente en Colombia cree que se deben entregar estas ayudas a los pobres que en resto de América Latina." Palabras de María Angélica Arbelaez, consultora del Pnud, quien agrega que entre la población más rica una alta proporción piensa que todos deben pagar una tasa igual de impuestos. Es decir, Colombia aparece con una élite muy insolidaria en una región tan insolidaria que se destaca por su desigualdad.
Por ello para seguir respondiendo a la pregunta planteada, en nuestro caso también es la llamada clase dirigente, es decir, los que ostentan el poder económico o político o los dos. Y los demás también por aceptar esa insensibilidad social de quienes todo lo tienen. No es sino leer las palabras del hombre más rico del país para no sorprenderse. Como afirma Rodrigo Uprimny en su artículo en El Espectador, Sarmiento Angulo se atrevió a atacar, en su reciente entrevista en Semana, "a quienes buscan en este país mayor igualdad," con el argumento de que "todos somos distintos y que no es posible que todos tengan la misma plata." ¿Sorpresa? Para nada, así son los superricos de este país.
Pero otros que deben responder son los economistas que durante 30 años han defendido este paquete de políticas que subestimó nuestro problema de desigualdad y ha defendido la tesis de que bastaba con reducir pobreza. No es sino mirar lo que está sucediendo en Chile para entender su error. Con la mayor disminución de personas pobres, solo tienen el 8%, las clases medias crecieron, pero se han visto empobrecidas por este modelo. Han puesto a esta sociedad que se consideraba el gran ejemplo del éxito de las políticas que le dan al mercado todo el poder, en una crisis política porque caerán casi con seguridad en lo que más temían los dueños del poder, un gobierno de izquierda. ¿Será que hay posibilidad de que Colombia aprenda y se mueva del Consenso de Washington al de Cornvall? Ese que según Mariana Mazzucato “exige una relación radicalmente distinta entre los sectores público y privado para crear una economía sostenible, equitativa y resiliente.”
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