Los pobres, los vulnerables, llenan páginas enteras de nuestros análisis sin que su situación muestre cambios radicales. Es tan evidente la dimensión de la situación social de millones de colombianos, que cada informe internacional que se pública nos presenta como el segundo país más desigual de América Latina y uno de los más injustos de la OCDE. Esta dura realidad no es nueva pero lo grave es que no cambie, que no se vislumbren ni siquiera decisiones de política del Estado o de sectores ricos de esta sociedad, que demuestren que esa situación preocupe realmente a quienes tienen poder o que tomen decisiones de fondo para cambiar esta realidad.

La verdad es que es fácil llegar a la conclusión de que todos estos análisis son inútiles y que más bien es hora de pensar en las causas. Claro que hay países que se han propuesto enfrentar crisis sociales y encontrar la vía para solucionarlas, si no totalmente sí de manera significativa. Pero cada vez que se trata de encontrar la fórmula, esta pasa por lo que no tenemos: un gran crecimiento de la economía, un sistema productivo diversificado, eficiente y unos sistemas de protección social universales que permiten cerrar brechas en términos de capital humano. Como no tenemos nada de eso, se desiste rápidamente.

Por ello es fundamental tratar de explorar otro tipo de análisis que nos permita en medio de nuestro pobre desarrollo, empezar a combinar crecimiento económico con igualdad, con una distribución más equilibrada de costos y beneficios del desarrollo de nuestras sociedades. Una sugerencia para empezar a encontrar nuevas salidas es estudiar a los ricos, a nuestras élites, a aquellos que eligen presidentes, que mandan en lo político y en lo económico. Es decir, conocer realmente cómo funciona el poder, cuáles son valores, sus objetivos y su conexión con la realidad de la sociedad en que viven.

Estudiar el poder debería ser la consigna porque muchas de las grandes barreras para generar cambios trascendentales en las prioridades de los países obedecen a la concepción que estas élites tienen. Como afirma el informe del Pnud, los ricos colombianos son más insolidarios que los del resto de América Latina y no tienen dimensión de las proporciones: todos en este país tan desigual deben pagar los mismos impuestos. Pero, además, ni siquiera se toman la molestia de disimular su profunda insensibilidad social. Nuestro super rico, Luis Carlos Sarmiento Angulo, no cree en la igualdad y no hace sino quejarse de los impuestos que con seguridad son mucho menores de lo que deberían ser. Como lo demuestran los estudios de Garay y Espitia, ellos pagan menos impuestos que las clases medias y peor aún, en esos niveles de riqueza se desploma la tasa de impuestos. Pero además están blindados y cuando pecan lo que hacen con frecuencia, nadie se atreve a criticarlos porque son los pocos que, según ellos, generan empleo decente en este país. Por eso, todos hacen mutis por el foro y después nos quejamos de que las injusticias de esta sociedad lejos de resolverse se agravan. Para empezar ¿hacemos la lista de los barranquilleros de la élite acusados de todo?

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