Durante el último mes hemos visto la exaltación de la noticia que produce ver comportamientos donde se desafía la autoridad. Desde policías siendo insultados y calumniados, por el solo hecho de prestar su servicio en las calles, hasta ser golpeados de forma inmisericorde por muchedumbres de supuestos manifestantes. Asistimos al espectáculo que produce revertir, atacar y banalizar la autoridad.

Hemos llegado al límite de presenciar el intento de quemar vivos a nuestros policías o del aberrante abuso de una de sus servidoras públicas, una joven patrullera, como ocurrió en Cali. No podemos olvidar el asesinato del Capitán Jesús Solano, un distinguido profesional, con título doctoral, padre de familia y esposo, al intentar contener el vandalismo en el hurto de un cajero en Soacha.

El debate de fondo que nos debe ocupar como colombianos, no son los hechos que sobrepasan la delgada línea entre la manifestación pública pacífica y la protesta violenta, pues nos llevaría a rebajar la discusión al morbo que produce el ataque, la violencia y la confrontación.

El verdadero debate es a dónde se quiere llevar la autoridad. Es pertinente recordar que la autoridad es una condición esencial para el funcionamiento y la regulación de la sociedad. Recordemos que el afianzamiento de la autoridad es inherente a la evolución de la sociedad.

Desde nuestra niñez, la autoridad se forma como una virtud humana en una escala de tres niveles. La primera, la encontramos en el hogar con nuestros padres; el primer comportamiento de autoridad que nos enseñan es a respetarlos, o ¿qué padre no desea que lo respeten? La segunda, con nuestros primeros maestros, desde la corrección fraterna pero exigente, hasta los primeros logros escolares: leer o escribir.

La tercera, cuando ese jovencito sale de su casa al colegio y luego trasciende a lo público, encuentra la representación de la autoridad en la ciudad: la Policía. ¿Qué aprendemos de ella? el respeto por el espacio público, por los demás, el cumplimiento de mis deberes y obligaciones y el adoptar comportamientos adecuados en sociedad. También, ese policía, como nuestros padres y maestros, les corresponde reconvenir esas acciones, cuando se salen de esas reglas mínimas de actuación social. El peligro de desafiar la autoridad, es someternos a la anarquía, que trae como consecuencia el desorden, el caos y la ruina económica. Si como sociedad queremos mejorar nuestras condiciones de vida y de desarrollo, necesariamente tiene que haber orden y para que haya orden, debe existir autoridad.

Esta ecuación social, se comprende perfectamente en países europeos y anglosajones, a los que citamos como modelos democráticos a seguir. Por esa razón, en esas latitudes no se atreven atacar un policía, primero porque la condena social es absoluta, no se tolera y penalmente es gravísima; y segundo, porque ese policía es uno de los tantos medios del sistema democrático, que contribuye al desarrollo de cualquier actividad económica desde la seguridad, así como a la tranquilidad en el hogar y del goce del espacio público, alcanzando así una mejor calidad de vida.

Mi invitación es a rodear a la Policía, no sólo por lo que es, sino por lo que representa: autoridad. Ninguna institución en el mundo como la Policía, siempre está presta y presente para atender desde el más grave delito o la mediación en cualquier desacuerdo entre vecinos, hasta un parto en medio de noche o atender cualquier emergencia pública. Lo hace con dedicación y de forma ininterrumpida, 24/7, de día y de noche. Los colombianos no podemos ser ingenuos y caer en un debate que invite a destruir la autoridad, por el contrario la invitación es a fortalecerla: autoridad para lograr orden y orden para mejorar nuestra calidad de vida.

* Doctor en Estudios Políticos de la Universidad de Leiden-Holanda

*Coordinador de Planeación Institucional y del Equipo Policial de Innovación.