En unos días como estos de enero nos viene un tropel de recuerdos que van de jubilosos y deportivos a la pérdida de varios viejos amigos. Nos vienen a la memoria aquellos combates de boxeo de primerísima línea, ya que por televisión nos llegaba desde las grandes ciudades de los Estados Unidos las imágenes del Madison Square Garden de Nueva York, por señalar uno que toda la vida se caracterizó por tener excelentes combates de boxeo, salpicados por incidentes bastante graves, como la noche en la que pelearon en el Garden un púgil puertorriqueño y otro americano. Una de esas peleas de fallos cerrados en las que cualquiera de las decisiones eran inevitablemente recibidas por gritos de protesta. Como la vez que aficionados borincanos tiraron una nevera del segundo piso del Garden para protestar por la decisión que desfavorecía al compatriota. Fueron los tiempos en que un grupito de viejos aficionados mezclados con periodistas igualmente viejos que nos reuníamos en casa del inolvidable Mike Schmulson. Mike era un anfitrión estupendo. A los cinco o seis amigos suyos, primero nos invitaba a cenar y luego a ver por televisión el combate programado y generador de controversias en la misma sala de la residencia. Había en aquellos ratos de esparcimiento deportivo un punto asombroso: podíamos ver en la sala de Mike un combate en Nueva York de impecable claridad, gracias a una técnica sintonizadora que dejaba paralizados de asombro a más de cuatro. Entre los asistentes habían dos o tres (entre ellos el autor de estos recuerdos) que anotaban los combates y al fallar el resultado, venían las discusiones, que por ardorosas que fueran, tenían su sal y su pimienta. Todos estos recuerdos boxísticos sembraban la noche de controversias, pero también de ese gustillo que los aficionados a cualquier deporte suelen tener en su memoria. Luego de esa tanda de discusiones finales, llegaba la anfitrionía incomparable de Mike, quien sacaba de su garaje el automóvil para llevar a su casa uno por uno a los cronistas y aficionados que no teníamos medios propios de movilización. Así era Mike Schmulson de amplio y familiar con sus amigos, todo lo cual hacía ambicionable a todos aquellos que de alguna manera presionaban amistosamente al anfitrión para que los agregara a la lista de invitados, pero así era igualmente de ‘Macabí’ para no aumentar el gasto que demandaba cada jornada boxística visual de aquellos tiempos. Para no dejar molestos a los peticionarios les decía que todos los concurrentes éramos viejos y no queríamos mezclarnos con gente joven.
Todos estos son gozosos y a la vez dolorosos recuerdos, cuando se pierde para siempre a un amigo en el más alto sentido del tratamiento social.