Saben sobradamente los lectores de estas columnas que el responsable de las mismas no le ‘jala’ al fútbol profesional colombiano como fuente o venero de sus contribuciones periodísticas.
Muy de vez en cuando y de cuando en vez acogemos un tema futbolístico porque otro no hay en el momento de asumir nuestra función.
Fuimos, sí, jugadores de fútbol en plazas y plazoletas pero allá en nuestra primera juventud, y como una característica única en la costa entonces, de ser los barranquilleros los que le ‘jalábamos’ al gran deporte de los 22 hombres en calzoncillos y camisetas detrás de un balón, durante 90 minutos.
Este pequeño preámbulo para anticiparnos a las conjeturas que sabemos por estar el bendito balompié apoderado de estas columnas en el día de hoy.
No hay derecho para que el fútbol se venga apoderando más y más de las plazas colombianas. Si fuera solo de apoderamiento, pues vaya con Dios. Pero es que implícitamente con el abusivo apoderamiento que todos pueden palpar, viene trayendo como secuela la desaparición de deportes de conjunto que tenían un arraigo que infortunadamente muchos creíamos que era algo imposible de erradicar para entregarse los públicos a los calzoncillos detrás del balón que sabemos.
Reconocemos abiertamente que estamos alarmados por el monopolio futbolero que por lo visto no tiene freno. Nuestro amigo personal, que no deportivo, Ramón Jesurun tal parece que no hubiera un día donde el fútbol extiende su garra para apoderarse de plazas y estadios y arrastrar público desde luego.
Miles de personas pueden dar fe de la escualidez de hoy, y grandes aficiones de un deporte llamado baloncesto, que era un vibrante punto de apoyo popular en Barranquilla, como en las otras capitales de la Costa Atlántica.
Hoy el baloncesto se halla prácticamente desvanecido, solo con aquellos extraordinarios basquetbolistas que en cuanto tropiezan con plumas deportivas, los acosan con preguntas para saber por qué ese baloncesto no es más que un triste y amargo recuerdo de quienes fueron jóvenes aficionados, y hoy ya no lo son.
¿Y a todas estas, es cosa de preguntar qué es de la vida del testigo pétreo que llaman estado o gobierno, que nadie se pregunta por qué no se descruza los brazos y se despereza para responder a los interrogadores de la calle, que claman por el basquetbol y por otros deportes que están en la misma situación?
Para no hablar sino de lo muy nuestro, Barranquilla fue sobradamente la ciudad más deportiva de Colombia.
Hoy por hoy, no hay barranquillero -a menos que sea un loquito que clama manicomio deportivo- que se atreva a gritar esa consigna pública en nuestros estadios, porque la rechifla que recibiría podría escucharse en Bogotá, para exagerar las cosas.
El baloncesto barranquillero, si tiene algún hábito en previos escolares y juveniles. Pero de aquel recuerdo cuando fue campeón nacional, mejor es no hablar.