Hace al menos una década en el apoyo técnico que solíamos hacer desde el Ideam a Corpoica, entidad que tiene dentro de sus funciones el apoyo al sector agropecuario en ciencia, tecnología e innovación, hacían énfasis en la incertidumbre cada vez más acentuada que se presentaba a nivel del campesino y del productor sobre las temporadas de lluvias y los periodos en los que solían tener cierta cantidad de radiación, así como frente al comportamiento de otros elementos del clima, los cuales son definitivos en función de los rendimientos y en la producción misma de diversos cultivos.
A partir del conocimiento ancestral, en el campo podían en cierta forma anticiparse a las épocas de más y menos lluvias, condiciones de altas y bajas temperaturas y demás. Sin embargo, con el transcurso de los años se hizo más notorio y perceptible que las lluvias se comportaban de forma muy irregular a través del año, afectando las cosechas y por ende la situación económica del agricultor. En esa medida, empezó a denotarse la imperiosa necesidad de avanzar en el conocimiento no solo de las causas que han dado lugar a los cambios en los patrones climáticos en el campo, sino a su vez en adelantar estrategias que permitiesen conocer con mayor detalle las proyecciones en el corto, mediano y largo plazo, para tomar decisiones climáticamente inteligentes.
Ante la evidente incidencia de la variabilidad climática, desde hace unas pocas décadas fueron más notorios los análisis, estudios e investigaciones, especialmente de los fenómenos enmarcados dentro del ENOS (El Niño/La Niña). Una primera señal para el país la dieron los fenómenos Niño 1991-1992 y 1997-1998; posteriormente serían la Niña 2010-2011 y el Niño 2015-2016, los que ratificarían la fragilidad del sector agrícola y pecuario ante estos eventos extremos.
Las alteraciones ligadas a la variabilidad climática y el cambio climático tales como variaciones extremas en la temperatura, una mayor frecuencia de lluvias fuertes de corta duración, la consecuente distribución heterogénea de la precipitación a través del tiempo y condiciones inesperadas de radiación y humedad, entre otros, son limitantes que redundan en perjuicio del campo.
Aunque han sido visibles los avances de organismos internacionales y nacionales que le apuestan a la aplicación de mejores técnicas de predicción climática basados en análisis científicos, así como los esfuerzos de diversos sectores productivos que se vienen organizando desde hace ya varios años a través de las mesas agroclimáticas, sigue habiendo una brecha que limita esa certidumbre sobre las condiciones climáticas esperadas.
Por lo anterior, debemos seguirle apostando a tener más y mejores datos. Es perentorio que se fijen acciones que hagan mucho más eficiente la red de estaciones hidrometeorológicas del Ideam y que se implemente el sistema nacional de radares meteorológicos, con protocolos que garanticen explotar al máximo sus datos, para generar más y mejor información; para ello, deben fijarse políticas no solo para “sobrevivir”, sino para que se fortalezca una entidad que ha sido estandarte en lo ambiental y en la gestión del riesgo de desastres de Colombia.
@ChristianEuska