El pasado 22 de abril se celebró el Día de la Tierra, en una conmemoración que busca crear conciencia sobre la relación de interdependencia entre seres humanos y medio natural. Aunque formalmente desde 2009 se estableció dicha fecha por parte de la ONU, sus orígenes se remontan a hace más de 5 décadas. Y si bien falta aún mucho por hacer, es indudable la gran diferencia entre la visión e importancia sobre el tema que se tiene a hoy, en relación con lo que sucedía en sus inicios. Una mayor cantidad de registros e información gracias al avance en la tecnología ha permitido dimensionar la degradación progresiva en diversos ambientes.

Ahora bien, la evolución de servicios ambientales que nos ofrece el medio varían en función de la oferta hídrica, lo cual va de la mano de las condiciones climáticas, algo que sin duda ha sido perturbado por el hombre.

Es claro que el cambio climático, como producto de los gases de efecto invernadero, viene alterando patrones de lluvia y de temperatura a nivel global, suscitando una mayor frecuencia de eventos extremos que desencadenan más hambruna y pobreza. Y así como puede haber zonas en donde las sequías se han exacerbado, ocasionando un desabastecimiento hídrico que limita la vida, hay otras en donde las precipitaciones fuertes asociadas a fenómenos meteorológicos y climáticos son más recurrentes, lo que ha ocasionado un sinnúmero de muertes e innumerables daños y pérdidas.

Pero si a esa situación inducida por el hombre se le suman la deforestación y los incendios forestales en áreas tan estratégicas como la Amazonía, la minería ilegal y la contaminación del agua y del suelo, entre otras, nos vemos abocados cada vez más a una hecatombe en la que se verán comprometidas las generaciones futuras, lo cual hasta hace poco se veía como algo relativamente lejano. La sensación de transformaciones negativas en la Tierra es cada vez más palpable, siendo notorios esos efectos adversos que van en contravía de la “salud” de nuestro planeta, pero a la vez en contra de la vida misma en todo su contexto.

Es de anotar que la problemática socioeconómica de una u otra forma altera ese equilibrio natural que deberían tener los ecosistemas en sus diferentes relaciones con agua-aire-suelo. La situación actual la resumió hace un par de días el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres: “Necesitamos un planeta verde, pero el mundo está en alerta roja”.

Ese mismo 22, el presidente Biden ha recibido a líderes del mundo para debatir la necesidad urgente de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y ayudar a los países vulnerables a hacer frente a los impactos climáticos. Ojalá que ahora sí se logren acuerdos realizables y que se les dé cumplimiento.

En ese sentido, es loable lo que ha venido proyectando nuestro país en términos de la meta asociada a la reforestación, pero se deben tener en cuenta otro tipo de acciones y medidas que están atentando contra los recursos. Es urgente más y mejores decisiones en un análisis conjunto que involucre la actual crisis de la biodiversidad y en la que no se evidencien intereses particulares por encima de lo general. Todos podemos aportar nuestro grano de arena a la conservación del medio.

Meteorólogo VIDEOCLIMET