El 12 de febrero de 2014, Iván Duque se solidarizaba publicamente con los estudiantes y mostraba, sin atisbo de duda, molestia por la represión que estaban enfrentando. Para el Iván de aquellos días, la protesta estudiantil era una forma de defender la democracia. Han pasado cinco años desde entonces, aquellos estudiantes eran venezolanos y él ahora es el presidente de Colombia, el país que le arranca los ojos de la cara a los estudiantes –en sentido literal– por protestar. Es decir, los deja tuertos. Ya, el Duque de hoy, no siente solidaridad alguna por los estudiantes ni respeto, ni se evidencia en las respuestas de su gobierno una actuación escasamente democrática ante los reclamos.
Particularmente estas protestas empezaron por una contundente razón: una decidida lucha contra las mafias de la corrupción en la Universidad Distrital, el caso de directivas que se gastaron miles de millones de la universidad en autos de lujo, joyas y fiestas en prostíbulos. La respuesta estatal, sin embargo, fue la represión. Una represión tan descarnada, que no solo llegó a la universidad privada vecina, la Pontificia Universidad Javeriana, sino que los gases afectaron a los médicos y pacientes del hospital San Ignacio. Entonces las universidades se solidarizaron, públicas y privadas, no solamente contra la corrupción, sino contra la represión y exigiendo el desmonte del Esmad. ¿Saben qué pasó? Les mandaron al Esmad y hubo más gases y más represión.
Es conocido también que miembros de la Policía se infiltraron en la protesta estudiantil en unos hechos que aún no se aclaran del todo. En Bogotá, escenario de las más grandes movilizaciones, es inseguro tener cara de estudiante y salir a la calle por estos días, porque como en aquel cuento de Gabriel García Márquez, puede terminar detenido alegando que solo vino a hablar por teléfono. Una fuerte estigmatización marca a los estudiante como los enemigos, como si acaso fueran unos delincuentes o terroristas.
Lo ocurrido en Barranquilla en días pasados, sin embargo, alcanzó los niveles más absurdos desde todo punto de vista. Los estudiantes de la Universidad del Atlántico se unieron a la jornada de protesta, pero esta vez no solo tuvieron la respuesta del Esmad, sino que respondieron los militares. Una patrulla del Ejército abrió fuego contra los manifestantes. Dispararon al aire, dicen, con armas largas. Se movían como en la guerra, como si acaso estuvieran en combate y el enemigo fuera el estudiante. La ridícula respuesta de que la patrulla iba pasando casual y se asustó con la protesta hasta el punto de motivar una reacción armada, no se la cree nadie. En estos momentos del país, es imposible pensar que las fuerzas militares actúen de manera tan desarticulada dentro de la ciudad de Barranquilla. ¿Quién los mandó? El Alcalde aquí nos queda debiendo una respuesta. Y un aprendizaje, sin duda: queda explicado que es un exabrupto meter a militares a patrullar en los barrios, ya se da cuenta uno cómo reaccionan cuando se asustan con los reclamos sociales de la gente. En los barrios lo que hay son una infinidad de razones para protestar. Si no lo cree, pregúntele a Electricaribe.
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