Hace varias semanas me dijo que si lo veía no lo reconocería, que había perdido mucho peso. Siempre hacíamos bromas con eso de adelgazar, bajar de peso no parecía tan malo. Sin embargo, nos preocupamos. Quizá no lo suficiente, estamos hablando de un hombre de 31 años, a esa edad la divina providencia te acompaña en cuestiones de salud. Nada podía ser tan grave.
Me dijo que no estaba durmiendo bien en las noches. Acaso quién puede dormir en estos días. Trabajar en temas de conflicto armado, víctimas, geopolítica, memoria histórica, corrupción electoral… esto le está quitando el sueño a mucha gente en Colombia. Todos andamos tomando gotas e infusiones de toronjil para poder conciliar el sueño. Hacemos yoga, meditación, respiración consciente y probamos toda serie de brevajes para evitar volvernos locos. Bienvenido al club, le dije. Que los cálculos, que el colon, que el estrés… que le bajes a la cafeina, le dije, que ya no tomo café, me contestó.
Hace ocho días un dolor abdominal se le hizo insoportable y apenas unas horas después, estaba en medio de la primera de varias cirugías. Durante esta semana la unidad de cuidados intensivos ha sido su casa, y él ha sido mi último pensamiento cuando voy a dormir y mi primer pensamiento cuando me despierto. Mientras valiente lucha por su vida en un hospital, yo me siento caminando por los pasillos de de Aquí vive el horror, aquel clásico ochentero de la casa maldita de Amityville. Crecí viendo la portada de ese libro. Así se me antojan estos días, pese a que los amigos en común me exijen optimismo, yo lo que tengo es miedo.
Mientras latinoamerica se enciende y en Colombia se avecina un necesario paro nacional, los columnistas de opinión estamos llamados a escribir sobre esas coyunturas. Debo escribir entonces sobre un presidente que le hace señas a sus hombres de seguridad para que “le quiten de encima” a un periodista que hace su trabajo o sobre cómo en Colombia se bombardean niños y niñas indefensos. También debería escribir sobre la brutal masacre de los pueblos indígenas y sobre la penosa respuesta del gobierno colombiano que insiste en militarizar la zona y desatender las demandas sociales. O podría referirme al paro nacional del próximo 21 de noviembre y su justo carácter de reclamo social, la amplia participación de distintos sectores que saldrán a la calle a protestar contra la reducción del salario para los jóvenes, contra la peligrosa reforma pensional, contra la privatización, contra la corrupción, contra el aumento de las tarifas de Electricaribe, contra el aumento de impuestos, contra la violencia y a exigir la defensa de la protesta social y el cumplimiento de los acuerdos de paz.
El país convulsiona como un corazón descarnado y yo estoy pegada al pulso del corazón valiente de mi amigo que lucha combativo. Siempre será nuestra doble militancia, una que no riñe. Esta protesta social también importa, la que nos exige ponernos al día con nuestros afectos -como diría Subiela- y en la que somos solo gente que ama, baila, ríe y llora. Ya vendrá otra oportunidad en la que marcharemos juntos y transformaremos el mundo en medio de un aguacero en los Montes de María.
@ayolaclaudia
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