En Bogotá se acabó de realizar una cumbre de la derecha internacional más alcanforada para hablar supuestamente de valores, pero en realidad se trató de una agresiva cruzada contra los derechos de las mujeres, los derechos de las personas LGTB y el derecho a la eutanasia. La apertura del evento estuvo a cargo de María del Rosario Guerra, la senadora por el Centro Democrático. Su familia ha sido conocida por ser unos influyentes ganaderos de Sucre, con mucha experiencia en la política y en ocupar muy importantes cargos públicos. También es una familia conocida por sus vínculos en casos de corrupción de distinta índole. Uno de sus hermanos –Joselito– fue condenado por enriquecimiento ilícito, estafa y falsedad agravada, en lo que todo el país conoció como el proceso 8.000. Quedó demostrado que Joselito recibió dineros de la mafia, más específicamente del Cartel de Cali.
Su otro hermano –Antonio– fue señalado por Edward Cobos Téllez –exparamilitar de las AUC, conocido entonces por el alias de Diego Vecino, acogido a Justicia y Paz– de tener vínculos con el paramilitarismo. Parece que nunca se encontraron pruebas suficientes en ese sentido, pero hace unos días se entregó a las autoridades después de que la Corte Suprema de Justicia le ordenara medida de aseguramiento de detención preventiva. El proceso lo vincula como presunto autor de los delitos de enriquecimiento ilícito, concierto para delinquir agravado, cohecho y tráfico de influencias por el caso de Odebrecht.
Estos dos controvertidos hermanos de la senadora fueron, como ella, honorables senadores. Son datos y hay que darlos. También fue senador el primo de María del Rosario, conocido como “Miguelito” de la Espriella, y –adivinen qué– también fue condenado por concierto para delinquir por haber firmado el pacto con paramilitares conocido como el Pacto de Ralito. Vale la pena recordar que la reunión en Ralito fue convocada y presidida por el entonces jefe paramilitar Salvatore Mancuso. Miguelito también fue condenado por constreñimiento al elector y fue capturado en 2015. Con el apoyo de los paras, obligó a la gente a votar por él.
Lo paradójico es que la senadora fue la que dijo las palabras de apertura en las que quedaron impresas las verdaderas intenciones del penoso encuentro: defender la idea más patriarcal de familia, duélale a quien le duela. Es cierto que ser parte de una familia de bandidos corruptos y criminales asociados con asesinos –probado en juicio– no hace culpable a nadie, pero evidencia que la tal familia patriarcal heteronormativa no es garantía de nada. Sin ninguna vergüenza venden un modelo para obtener votos de puerta de iglesias conservadoras, pero ese modelo es fallido, misógino, violento y homofóbico. Hablan con tono de altura moral, con sus formas finas y sus vestidos meticulosamente planchados, para hacernos creer un cuento hipócrita. Sus propias biografías son ejemplo de la falla. La única fórmula para construir una familia es el amor, el respeto y la solidaridad. Lo demás es un panfleto de mercenarios antiderechos que mienten para obtener réditos políticos.
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