A lo largo de los últimos 200 años, la humanidad ha sido testigo de una transformación sin precedentes. La Revolución Industrial, con su promesa de progreso y crecimiento ilimitado, impulsó a la sociedad moderna hacia el desarrollo económico a costa de la naturaleza. Sin embargo, a medida que los efectos del calentamiento global se intensifican, la humanidad se enfrenta a una nueva encrucijada: persistir en un modelo insostenible o cambiar de rumbo.
El cambio climático es una realidad que afecta a todos los rincones del planeta. Las sequías extremas, los incendios forestales, las grandes inundaciones y la amenaza de desaparición del Amazonas no dejan lugar para discutir, sino para actuar. Las sociedades han comenzado a replantearse su relación con el medio ambiente, y la economía mundial ya comenzó a migrar hacia un modelo de desarrollo más sostenible.
En consecuencia, han surgido nuevos sectores en la economía, como el de las energías renovables, el transporte eléctrico, los biodegradables y los bonos de carbono. El común denominador de esos mercados es que todos buscan la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Este giro en la economía mundial contiene la promesa de forjar un futuro más equilibrado entre lo económico, lo social y lo ambiental.
¿Qué son los Bonos de Carbono?
Los bonos de carbono son certificados que representan la reducción de una tonelada de dióxido de carbono (tCO2). Su valor reside en la capacidad de compensar emisiones, mediante la captura de carbono que realizan los ecosistemas boscosos, entre otros. El mercado de los bonos de carbono ha sido diseñado como una herramienta para financiar la lucha contra el calentamiento global.
El valor de los bonos se da en función de la cantidad de carbono que se captura y de la protección y mantenimiento de los ecosistemas cobijados dentro de un proyecto. La venta de los bonos se ha convertido en una fuente de ingresos importante para los gobiernos locales y las comunidades rurales, donde se han implementado este tipo de inicitativas.
A nivel mundial, este mercado se creó hace 25 años. En Colombia, su auge comenzó con la creación del impuesto al carbono en 2016 y, desde ese momento, ha venido creciendo de manera exponencial. El recaudo a noviembre de 2023 alcanzó los 2.8 billones de pesos. Sin contar lo transado en mercados internacionales. Los compradores de estos proyectos van desde grandes aerolíneas como Avianca y Latam, hasta gigantes de la tecnología y energía como Apple, Microsoft y Chevron.
Oportunidades Para La Región Caribe
El Caribe colombiano, y en particular el Bosque Seco Tropical (BST), uno de los ecosistemas más amenazados del mundo, tienen un papel crucial que desempeñar en este nuevo sector de la economía. A través de proyectos de conservación y reforestación, la región no solo puede generar ingresos económicos significativos, sino que también puede restaurar ecosistemas vitales y lograr la protección de especies amenazadas, como el mítico Jaguar, el felino más grande de América, o el icónico mono tití cabeciblanco.
Sin embargo, en la región Caribe estamos rezagados. Mientras en el oriente y sur del país han avanzado en la implementación de estos proyectos, moviendo cientos de millones de dólares sobre más de un millón de hectáreas, en nuestra región ni siquiera ha iniciado la conversación. Aún hoy, la región sigue atrapada en un modelo insostenible: sembrar árboles para luego talarlos y exportar la madera.
Lo irónico es que, tanto desde una perspectiva económica como ambiental, sembrar para conservar y capturar carbono resulta mucho más rentable que talar. Además, el modelo de conservación es infinitamente más escalable, ya que puede expandirse sin restricciones ambientales a lo largo de las 720 mil hectáreas de BST. Una estrategia interesante sería, pensar en implementar proyectos de bonos de carbono sobre las Zonas de Reservas Campesinas (ZRC) o en las Reservas de la Sociedad Civil.
Ya contamos con ejemplos de éxito en departamentos como Córdoba. El proyecto Vida Manglar, en la bahía de Cispatá, es un modelo a seguir. A través de la conservación de 11 mil hectáreas de manglares, la organización Conservación Internacional (CI), logró comercializar un millón de bonos a un valor promedio de USD20 dólares. El gigante tecnológico Apple financió esta iniciativa, y los beneficios no solo llegaron a la comunidad de la bahía, sino también al emblemático caimán aguja.
Es urgente que la conversación sobre economía verde en la región comience ya. Las preguntas que deben hacerse los líderes, empresarios, tenedores de tierras, académicos y comunidades son claras: ¿Qué queremos que las generaciones futuras encuentren en nuestros campos dentro de 20 años? ¿Máquinas talando árboles para exportar madera o bosques exuberantes y llenos de vida, con comunidades prósperas dedicadas a su cuidado? De la respuesta a estas preguntas depende el futuro de nuestra región.