La historia se pierde en el tiempo y es curioso que en tantos años mientras leo un comentario sobre la película Casablanca, no se haya renovado ninguna versión. Rebobinando en el tiempo, la película lo sobrevive y mantiene su eterno encanto de un amor imposible del dolor insondable de la renuncia expresada en dos miradas intensas: en la del rostro impasible de Rick (Humphrey Bogart) y en el imperceptible temblor en los labios de Ilsa (Ingrid Bergman) despidiéndose en la noche brumosa en el aeropuerto de Casablanca la niña de los ojos de la Francia del Marruecos francés, refugio de los que huían del nacismo en la Europa del caos en la II Guerra Mundial, escena irrepetible que nos sigue cautivando. El milagro del cine y la fuerza de una extraordinaria, inolvidable e irrepetible interpretación nos hace sentir con emoción real la fantasía de una leyenda. Y colma la necesidad de soñar que, desde su aparición, el cine nos ha proporcionado ese espacio onírico que nos evade de la aburrida rutina y nos da felicidad.
Se cuenta que, en la realidad, Ingrid Bergman y Humphrey Bogart no solo no tenían “química entre ellos” sino que según la hija de Ingrid Bergman, ni llegaron a ser amigos. Y, sin embargo, la magnífica profesionalidad de su interpretación llevó a la entonces esposa de Bogart, Mayo Methot a sospechar –duda extendida al resto de la familia– que algo ocurría entre los protagonistas cuando se apagaban las cámaras.
“El tiempo pasará”, la canción de la banda sonora de la película, paradoja irrepetible, pues, por mucho tiempo que pase, siempre permanecerá en el recuerdo la mirada de la dolorosa renuncia, la emoción de un adiós y del deseo de un beso imposible que se quedó en el aire brumoso de la estación de Casablanca.
Los valores que la película representa han hecho que incluso el parlamento británico los serios lores ingleses que siempre han sabido disfrutar del cine como un oasis de la vida, eligieron Casablanca como su película preferida y a Bogart la imagen singular de la pasada era dorada del cine pasaría a la posteridad junto con Ingrid Bergman por el realismo emocionante del deseo de un beso que se quedó en el aire.
Se dice que los besos de Bogart en el cine estuvieron a la par de los tiempos brillantes de esa época fílmica. Y Bogart pasaría a ser la imagen más conocida del cine junto con sus besos. Los mejores de la historia del cine serían los dos besos que le dio a Ingrid Bergman en Casablanca: el de la víspera de la ocupación de París en el Café Belle Aurore y el de los días del reencuentro, y de la despedida en Casablanca en el Café Rick. De todos los cafés del mundo, apareces en el mío, se quejará Rick suplicándole a Ilsa.
Aunque sus besos hayan pasado como los mejores de la historia del cine, yo diría viendo los primeros planos de los rostros de los protagonistas en la despedida, que el beso mejor es el que no se dieron en la última despedida en el aeropuerto de Casablanca. El beso que se le quedó a Rick prendido en la intensidad de su mirada cuando se elevaba el avión que se llevaba a Ilsa.