Nada dijiste, nada. Me miraste a los ojos…/ Mi corazón temblando te llamó por tu nombre/ Tú dijiste mi nombre…/ y se detuvo el tiempo”. Este poema de Meira Delmar se me enreda en la mañana con el cielo brumoso, anunciando lluvia, durante la búsqueda de esta columna.

Meira ha formado parte de mi integración barranquillera, desde que llegué, con el amor de mi vida, a esta tierra bendita. Ella fue para los dos un referente de ejemplo de mujer y de persona. De claridad de sentimientos. De serena reciedumbre frente a los embates de la vida. Desde su “Isla Secreta” Meira muestra que el amor del que habla no es una imaginación poética sino la cruda realidad de un amor imposible: “Era mayo en la tierra. Y en tu voz. Y en el viento/ Rojo vino con lumbre por las venas corría/ Era mayo en la tierra…/ Nada más. Era mayo. Y a la manera de un leño crepitaba mi vida”.

Es un amor real que la invade entera. Ya no hay matices poéticos de paisajes. Ella se ubica en una ciudad de la Costa Norte de Colombia: “Me mirabas/ Eso tan solo. Tú me mirabas/ Y recuerdo una nube pequeña en el azul…/ bajo el cielo, me mirabas amor/ ¡Y eso era todo bajo el cielo!”. Ese grito de deseo e impotencia, llenaría ya para siempre a lo largo de su vida, la añoranza incurable de su hondo y secreto amor.

La poesía de Meira Delmar con su halo de misterio que ella esboza, confidenciándonos el gozo y la agonía de un amor que ella guarda como el más preciado de sus tesoros y esbozado en poemas: “Un día te nombran alma adentro/ Sonrío cuando alguien desde muy lejos nos hace un breve signo de amistad/ Un breve signo amor y ¡eras el sol!”.

Meira Delmar, la sonriente, amable, y cautelosa en la amistad, nos confía levantando los visillos del corazón, el poema de un amor secreto, encubriendo toda referencia y cualquier pista que nos lleve a identificarlo. Nos patentiza un drama interior. Desnudo de las circunstancias reales que tenazmente nos celan. Deshojado de toda referencia sensorial, sensual. Las apoyaduras externas de este amor apenas son la búsqueda del rostro y los ojos, las miradas, los cruces de mirada.

Toda la poesía de Meira Delmar pareciera un mar insondable que desde la orilla de sus confidencias nos deja entrever el gozo y la agonía de su amor imposible.

Esos recuerdos que tímidamente nos muestran un caudal que desde nuestros primeros años nos acompañan con su luz e inconscientemente afloran a lo largo de toda nuestra vida. Esos recuerdos olvidados que siguen en el subconsciente alimentándonos y dándonos vida al corazón.

Y Meira nos ayuda mucho. Mientras tengamos la suerte de tropezar con un verso suyo, tendremos asegurado ese rato imprescindible de disfrute del corazón para seguir viviendo.