Frente a mi hoja en blanco y enredándoseme en la cabeza varias posibilidades de columna:

Dándome cuenta de las fechas en que andamos en este mes, que ya tradicionalmente dedicamos a San José, patrono de los padres. Revolviendo en el cajón de los recuerdos, me he ido al tranquilo atardecer de un tiempo, cuando todavía mis hijos rondaban a nuestro alrededor y me involucraban en la ilusionante tarea de preparar el regalo a su padre: Bendito mes de marzo, aunque sin el avasallamiento amoroso que tiene el mes de mayo, dedicado a las madres, también se ha ido nutriendo de ilusión paterna. Porque el amor no tiene ni tiempo ni época ni espacio ni medida. Y a pesar de esa desmesura, condición que muchas veces nos critican los hombres, también ellos experimentan ese amor paternal. En definitiva, amor compartido, en la ilusión de futuro que representan los hijos. Ilusión hecha realidad. El amor de padre tampoco tiene medida y el tiempo que lo comienza, también desde cuando nosotras le damos la primerísima y esperanzadora noticia, tampoco tiene caducidad y perdurará mientras una gota de su sangre corra por las generaciones siguientes.

Por ello, a todos los padres, en este día que pareciera convencional, como para poder quedar bien con ellos, pienso que tenemos el deber de no desaprovechar una oportunidad cordial para felicitarles en este mes de marzo, aunque a muchos les parezca traído por los pelos, pero que, en realidad, es un homenaje al cariño paternal que tiene la misma fuerza y que perdurará en las generaciones siguientes. Por ello, a todos los padres en su día, y no porque los intereses comerciales hayan destinado un mes a recordar su esfuerzo y su imprescindible papel de amor y responsabilidad, quiero dedicarles unos versos escritos por el amor de mi vida, un padre amantísimo, que disfrutó como nadie del amor de sus hijos: “Niño mío. Espuma azul. Nieve inocente. / Tu que vienes de Dios hasta mi orilla. / Nacido más de Dios que de mí arcilla, amasado en sus manos lentamente. / ¿No me traes en tus ojos, en tu frente/ algún recuerdo de Él, esa sencilla noticia de cómo es su maravilla?/ Tu mi tierna huella de Dios, aún tan reciente. Niño mío. Mi nieve recién caída. / Antes de que otra luz y otra pisada, borren las huellas de Dios, habla enseguida. / Con tu risa y tu sonrisa y tu mirada, no esperes a saber palabra hablada, que la humana palabra desvalida de las cosas de Dios no sabe nada”.

Que este humilde y amoroso verso, simbolice un abrazo de todos los hijos a sus padres.