La violencia sexual no es un hecho colateral de la guerra, no es un acto privado ni un crimen secundario”. Lo dijo Ana Güezmes, representante de ONU Mujeres Colombia, durante el acto de reconocimiento a las víctimas de este delito en la guerra que se realizó en Cartagena. Llegó la hora de devolverles su dignidad arrebatada tras sufrir todo tipo de vejámenes y abusos por los actores armados legales e ilegales que las convirtieron en un botín de guerra. Infame “masculinidad bélica” que les destrozó la vida.

“El camino de sanar la vergüenza es más largo que el de sanar la culpa, pero llega más lejos. Sus cuerpos dicen la verdad”, advirtió la investigadora Mara Viveros, mientras la historiadora Diana Uribe aseguró “la violación es el único crimen en el que la víctima debe comprobar que no lo provocó”.

Una estigmatización que llevó a estas víctimas a callar las atrocidades a las que fueron sometidas. Otras lo hicieron por miedo porque sus victimarios aún las rondaban o porque no confiaban en una justicia que les dio la espalda. Y no les falta razón. Alejandra Miller de la Comisión de la Verdad dijo que “según datos de la Fiscalía, de las casi mil denuncias o procesos por violencia sexual en el conflicto, sólo se han proferido 23 condenas a miembros de la Fuerza Pública y de la guerrilla”.

Es una vergüenza si tenemos en cuenta que son más de 27 mil los casos de mujeres y personas LGBTI denunciados por ellas mismas. Dolorosamente el 30 por ciento de ellos, según el Registro Único de Víctimas, están documentados en el Caribe.

La violencia contra las mujeres en Colombia no es exclusiva de la guerra. Miles de niñas, mujeres y adultas mayores también padecen un infierno en sus hogares. Medicina Legal reveló que 42 mil 753 mujeres fueron víctimas de violencia de pareja en 2018, es decir, 136 casos diarios denunciados.

Otras 17 mil han sido víctimas de violencia intrafamiliar por personas distintas a sus parejas. Y 22 mil 309 fueron violentadas sexualmente: ¡71 mujeres cada día! 7 mil 431 eran niñas de entre los 10 y 13 años. 5 mil 800 resultaron embarazadas de sus padrastros, padres, tíos y abuelos, sus principales agresores.

Las violencias de género en Colombia constituyen un círculo perverso que condena a niñas y mujeres, especialmente a las más vulnerables, negras, campesinas, indígenas y a la población LGBTI a ser revictimizadas y a que se reproduzcan ciclos de violencia en sus familias y en sus entornos. Pero, además como concluye un análisis de la Fundación Ideas para la Paz, FIP “su persistencia es un obstáculo para la construcción de la paz territorial”.

¡Cero tolerancia frente a la discriminación y a los estereotipos que fomentan este tipo de violencias! No es cierto que “las mujeres son golpeadas porque les gusta ser golpeadas”. Pongamos freno a estos discursos que justifican intolerancia y discriminaciones. Dejemos de abordar esos hechos como asuntos privados, son delitos que exigen castigos ejemplares. No más complicidad con estos criminales.