En gavilla le cayeron al senador Antanas Mockus luego de referirse a la muerte de Dilan Cruz a manos del Esmad en Bogotá y reflexionar sobre la espiral de violencia desatada en buena parte del país durante las movilizaciones sociales de las últimas semanas.

El senador de la Alianza Verde dijo: “No creo que sea un asesinato, pero sí una torpeza y falta de entrenamiento. El Esmad está hecho para controlar las cosas sin muertos, no está en su operación matar. Se puede mejorar mucho la forma en la que funciona”.

Y añadió: “Yo no me imagino un joven colombiano, sea del Esmad o no, calculando dónde le pega en el cuerpo a un estudiante. Yo creo que ahí hubo algo que no fue intencional…Recuerden el policía al que le pegaron en la Universidad Nacional un ladrillazo. El que tiró ese ladrillo, yo no diría que es un asesino”.

Mockus tiene razón. Ninguna muerte es justificable, pero el odio que hoy nos carcome no nos deja entenderlo.

Sin importar la orilla ideológica en la que están, muchos ciudadanos recibieron con desprecio sus palabras y le pidieron quedarse callado. Como sólo se alimentan del fanatismo político que surge de su propia furia, no les gustó escuchar una voz que apelara a la sensatez en medio de las descalificaciones que se lanzan en el Congreso, en los debates públicos o en las redes sociales azuzadas más que nunca por los mercenarios del odio.

En las calles de ciudades como Bogotá, basta una mínima provocación violenta de manifestantes o policías para que lo que comienza como una protesta pacífica se convierta en una batalla campal en la que la rabia lo domina todo, mientras asustados transeúntes huyen despavoridos, comerciantes cierran sus negocios, conductores en el lugar equivocado se atrincheran en su carros y choferes de buses del servicio público ruegan para que no sean vandalizados.

Parece un loop, un bucle o un ciclo sin fin: el Esmad interviene y ya no hay vuelta atrás ante el riesgo del uso desproporcionado de esta fuerza de choque, detestable símbolo de la represión del Estado, a juicio de distintos sectores que exigen sea desmontado. Máquina de odio, la calificó el senador de Decentes, Gustavo Bolívar.

Hay que desmontar, pero el odio con el que nos estamos relacionando en nuestra nación y que nos tiene estancados en la búsqueda de más equidad y justicia social. Quienes hoy promueven el revanchismo en un país en el que acumulamos más de 262 mil muertos en un conflicto fratricida de décadas, deberían mirarse en el espejo del uribismo que tras 8 años de odios está cosechando un creciente rechazo ciudadano. Pan para hoy y hambre para mañana.

El malestar social expresado en las calles por quienes exigen mejoras sociales, políticas y económicas no va a parar y eso es lo que deberían asumir tanto el Gobierno como los “líderes” de la protesta y muy especialmente quienes intentan capitalizar políticamente esta inconformidad. Es hora del diálogo, de la negociación, de llegar a consensos y a acuerdos.

Señores odiadores profesionales de ambos lados, a bajarle el tono al discurso. No vaya a ser que les salga el tiro por la culata.