No se puede acusar a Donald Trump de no seguir a rajatabla los esloganes de la campaña que le llevó a la Casa Blanca: “America First”. El presidente ha sacado a Estados Unidos del Acuerdo de París para combatir el cambio climático, del tratado de libre comercio con el Pacífico y de la Unesco, y ha trasladado la embajada americana en Israel de Tel Aviv a Jerusalén. Sin embargo, es dudoso que con estas medidas unilaterales cumpla otro de sus lemas, el de “Make America great again”, ya que ha posicionado a EEUU en una posición de aislamiento internacional nunca vista.

El próximo capítulo en esta estrategia provocadora es la reforma fiscal que se está gestionando entre las dos cámaras del Congreso en Washington. La parte más polémica ha sido la sustancial rebaja de impuestos que beneficia sobre todo a grandes fortunas, como el propio Trump, así como a empresas. No deja de ser una tomadura de pelo para todos aquellos americanos de clase medio-baja que le votaron pensando que les iba a sacar de la crisis y la penuria, a los que, además, ha quitado la cobertura sanitaria. Menos mal que el multimillonario de Nueva York era el candidato anti-establishment. Pero eso es un asunto interno.

La reforma fiscal también ha despertado preocupación en Europa. En esencia, se trata de fiscalizar las ventas de EEUU y así evitar ese tipo de ingeniería contable que permite a las grandes corporaciones trasladar sus tributos a países de imposición baja. Este lunes, los ministros de Finanzas de los cinco mayores países de la Unión Europea (Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España) mandaron una carta a su homólogo en el Tesoro norteamericano en la que se quejan de que las medidas contempladas presentan un perjuicio para las empresas europeas porque van en contra de los acuerdos para evitar la doble imposición. Es decir, que las compañías tendrían que pagar dos veces, en EEUU y en su país de origen.

La iniciativa de Trump ha desencadenado también el efecto espejo de la patronal alemana, por ejemplo, que reclama al gobierno de Merkel un tratamiento fiscal más beneficioso. Una competición sin fin para la rebaja de impuestos, considerada por los economistas neoliberales como parte intrínseca de la economía de mercado, pero que cuesta billones de dólares al erario público de muchos países. Irónicamente, la UE también esta tratando de acabar con las prácticas de ingeniería fiscal de las empresas que declaran los beneficios en países de baja imposición mientras mantienen la actividad allí donde se pagan más tributos, algo que ha quedado muy en evidencia con la filtración de los llamados papeles de Luxleaks.

En vez de competir, sería deseable que los dos mayores bloques económicos del mundo fueran de la mano en la lucha contra la elusión y evasión fiscal. Así eventualmente podrían arrastrar a otros países a participar en crear un sistema impositivo más justo para todos. Pero lamentablemente a Trump no parece que le interese mucho el concepto de cooperación internacional.

@thiloschafer